28 de agosto de 2008

En esta historia no hay ningún gato muerto

No puedo decir lo mismo de los perros, porque inicia justamente el día que Mikita muere.

Micaela, quien fuera hija predilecta de un joven matrimonio, perra malhumorada y que sufría de extraños ataques de nerviosismo seguidos de una abierta agresividad hacia cualquiera que se le acercara a acariciarla, se murió de algo raro y totalmente sorpresivo para mi amiga Rita, que en ese momento ya era la única del joven matrimonio que quedaba en esa casa. Él se había ido hacía unos años, por esas cosas del amor que hoy prefiero callar, y se habían quedado Rita, Mikita y Leonardito, un gato peludo y blanco. Rita quería muchísimo a Micaela y en respuesta ella le correspondía no mordiéndola. Rita quería muchísimo a Leonardito y éste aparecía puntualmente cada vez que tenía hambre. Pero Mikita murió y el nido quedó semi vacío.

El día de las exequias yo, algo conmovida por el tema de la transitoriedad de la vida animal, me animé a sacar a Rita a comer un ceviche al mercado de surquillo. Nos acompañó un amigo que siempre está dispuesto a poner el hombro en situaciones dolorosas que involucran conversación, pescado, cebolla, limón, choclo, camote y una cerveza.

Después de un breve paseo por la historia de la desaparecida mascota, Rita exteriorizó su preocupación sobre la salud psicológica y anímica del sobreviviente Leonardito. Resultó que el gato, a pesar de haber jugado al hielo absoluto durante toda su coexistencia con la perrita, la quería con afán, a decir de mi amiga. Tristeza al momento del Tacutacu relleno de mariscos.

Yo soy especialmente aguda cuando he comido ají en exceso, y en mi deber de amiga solo habían dos maneras de solucionar el impasse. Una era dedicarme a entretener a Leonardito por las tardes, con un cascabel o un ovillo de lana. La segunda, aquella que mi sexto sentido señalaba como vaquero de neon a hotel de la vegas, era aceptar el hecho de que Leonardo estaba feliz en su condición de hijo único, que era probable que él mismo haya urdido la muerte de Mikita, y que toda la pena que envolvió el tacutacu que envolvía calamares y pulpitos, fuera simplemente mi amiga desplazando su dolor hacia el animal más cercano. Fue entonces que pagamos y entramos por la primera bajada al zanjón.

Claro que sé que no hay que comprar animales a la vuelta del congreso, pero se trataba de un caso especial y teníamos entre todos como catorce soles. A pesar de haberlo escogido de entre el resto y regateado como si se tratara de medio kilo de vainitas, Rita se puso como una niña a quien su papá le trajo un gato de sorpresa al volver del trabajo. Misión cumplida, me encanta cuando un plan se realiza.

Fui declarada madrina de gatito con todas las de la ley y jugamos varias horas hasta que se hizo evidente que sus uñas y mi cara no hacían una buena dupla. Dejé a la familia con su nueva integrante viviendo en el último piso de un edificio muy alto y pasaron días, quizás un mes.

Gatito se convirtió en gatita durante la adolescencia. Rita y yo quedamos, gracias a esa súbita revelación, como dos mujeres adultas incapaces de reconocer efectivamente el sexo de un cachorro. A partir de entonces fue rebautizada como Gatita, la hembrita que hacía una feliz vida mientras que Leonardo, algo tío y celoso, rondaba la periferia del departamento, caminando sobre las barandas de la terraza y retando a la muerte que lo esperaba siempre quince pisos al sur.

Ilusa y confiada en mi buena reacción frente a las situaciones del fatal destino, Rita marcó mi número una vez más una mañana de chamba. Salí en su auxilio y al llegar al departamento la encontré desesperada. Caminamos entre ropa colgada hacia la terraza y apareció Leonardo con muchos kilos menos y totalmente gris. Gatita en cambio, saltó directamente como si esperara un regalo sorpresa de su madrina.

Fuimos a su veterinaria de cabecera, una chica joven que había puesto fin a los últimos martirizantes minutos de la ya entonces lejana Mikita. Leo no opuso resistencia a ninguno de los exámenes, quizás intuyendo lo inútil que hubiera resultado darnos la pelea a las tres. Se dejó pesar, medir, inyectar y medir la temperatura de esa incómoda forma. No hubo asomo de emoción cuando le extrajeron sangre para analizar. A nosotras en cambio, nos sobrevino el desánimo cuando hubo que pagar muchos soles para que la sangre fuera a san marcos a ser estudiada. Muchos posibles cebiches en el mercado de surquillo se vieron truncados en ese instante.

No comió los dos siguientes días. No quiso acercarse a las bolitas, ni al paté de lata, ni al pan remojado en leche tibia. Una vez más, y voluntariamente, decidí tomar las riendas del asunto y dirigir a lo lejos a mi amiga que luchaba por abrirle la boca e introducirle la comida al gato que para entonces sólo conservaba fuerza animal en la mandíbula. Para llevar a cabo todo ese ritual de dominación y amor extremo, teníamos que encerrar en el cuarto de Rita a Gatita, que naturalmente había arrasado ya varias veces con el buffet del enfermo.

El tercer día enrumbamos las dos y un gato famélico, extrañamente ojeroso y plomo, hacia la veterinaria a recibir los resultados. El mal diagnóstico vino acompañado de ciertas recomendaciones esperanzadoras. Con mucho cuidado, medicamentos y un cambio en la alimentación, Leonardo sería capaz de recuperar su semblante de primo del rey de la selva. Luego empezamos a descartar posibilidades. Los gatos de casa normalmente no reciben transfusiones de sangre, ni se suministran drogas con jeringas usadas. La veterinaria dijo que únicamente podía haberse contagiado de HIV gatuno por estar en contacto con alguna gata callejera, y en ese momento entendí que ninguna mascota que uno compre, con toda la buena intención, por catorce soles que incluyen además una caja de cartón que cotizaron a dos, debía gozar de total confianza. Ella, la de las uñas afiladas, los ojos vivísimos y el apetito voraz, estaba fuera de peligro por ser únicamente portadora.

Desde la terraza de un edificio muy alto en otro punto de Miraflores, Gatita terminaba en ese preciso instante de comerse el paté del enfermo. Se sentaba a disfrutar la vista de Lima y su mar desde la ventana, dando a ratos desesperados zarpazos contra el vidrio en un intento inútil de atrapar algunos voladores de parapente.

25 de agosto de 2008

bailando

Es un momento lleno de adrenalina, dice la animadora sazonando el audio con ay dioses y disfuerzos. Han sido doce semanas de intenso entrenamiento, enfermedades y lesiones, pero también alegres instantes llenos de ilusión.

Las últimas dos parejas bailan, el jurado levanta sus paletas y luego se inicia una cuenta regresiva de cuarenta minutos para que el público vote por mensaje de texto y vaya depositando así, sin leer las minúsculas letras en las pantallas que sólo un ojo biónico alcanzaría a definir, tres soles por voto que van directo a llenar las arcas de la fastuosa producción.

La animadora es flanqueada por los cuatro finalistas. A la derecha, desde mi lado de la tele, el actor divertido y barrio con una norteña ojona a punto de perder la vista. A la izquierda, la ex miss perú con un chatín cuya madre tiene un tumor maligno del que su situación económica no puede deshacerse. Ay dios, es un momento lleno de adrenalina, me muero, vuelve a decir la reina de la tele que tiene un enorme corazón.

Cuarentaicinco mil llamadas!!!! La pareja cuyos nombres tengo en este sobre que ya pasó por el señor notario, será la ganadora. El héroe (que así se le llama al famoso que apoyó la causa), se llevará un viaje a máncora para dos personas; el soñador, o la soñadora (que así se le llama a quien bailó desesperadamente durante doce semanas para ganar), cumplirá su sueño.

Se llevan la copa de bailando por un sueño (tambores, gritos, el público se desespera, las cuarenticinco mil mensajes de a tres soles miran desde sus casas, la animadora cada día mas billetona pone cara de comprometida) la ojona y el actor! Yeeeee, prenden la máquina de pica pica y empieza a entrar gente en escena. La rubia sigue hablándole a la cámara en medio del pandemonio, agradeciendo a una empresa de tubos de pvc, a la producción, a los soñadores, a jurado, al público y a los héroes. La ganadora recibe la copa y confía en que le salven los ojos. La gente sigue saltando. El perdedor no recibe nada, salvo algunos besos y vuelve a su casa donde sigue su madre enferma, con doce semanas de baile y exposición inútil sumadas a la sensación de fracaso y a una invitación a participar en diciembre programa duelo de estrellas.

En la noche la animadora, drogada de rating, se hinca delante de un altar que consta de la foto de un gurú furiosamente parecido a Pablo Milanés y un budita dorado. Aspira una pizca de las cenizas que brotan de las manos de sai baba y agradece al supremo la posibilidad de ayudar a mejorar el mundo.

21 de agosto de 2008

Somos nosotros o son ellos?

Estoy segura de que los chilenos de Cencosud sabían perfectamente qué compraban. El Grupo Wong no se encuentra inscrito únicamente dentro del rubro de Supermercados, sino que es también líder nacional en el rubro de Reencuentros, revelaciones y otras sorpresitas.

Basta que una ponga un pie dentro de la tienda buscando una lechuga, que aparece frente a la misma góndola esa chica del colegio que quisiste no ver más hace casi veinte años, choca contra tu carrito y el resto es una cháchara tan inútil como inevitable. Si decidiste no peinarte porque es domingo, detrás de ti en la cola de caja ruc (que atiende a uno cada media hora) está ese que fue el hombre de tu vida alguna vez y de cual prometiste vengarte en base a tu eterna belleza (hoy ausente). Apenas te introduces en la boca el siu mai de medio kilo, llega alguien que conoces y que tiene ganas locas de escuchar tu opinión sobre algo. Eso en reencuentros.

En revelaciones alguna vez un simpático ejemplar masculino que en ese segundo compartía casa, beso y vida conmigo, apareció de manera insólita en un Metro que queda en algún lugar de San Borja que ya olvidé y al que mi madre me forzó a ir buscando de emergencia un pollo a la brasa. No sólo andaba de la mano de una mujer desconocida y con aspecto de azafata de casino, sino que balanceaban en las manos restantes las amarillas bolsas donde iba su vida, que ya era ajenísima a mí.

Así se porta el Grupo Wong a veces. Otras, un chico equis se levanta resaqueadísimo un martes sin esperanza, camina por la Benavides, entra a buscar una empanada o algo y se cruza con la chica con la que sueña hace por lo menos mil noches. Siguiendo una tradición de falta de valor característica suya, el chico no dice ni pío pero ella sí. Lo saluda, intercambian un par de palabras amables después de mucho y cierran con que quizás volverán a verse, pasando por alto o no al marido de ella. Durante la breve conversa él no deja de tener vergüenza y ruega que no se huela que suda alcohol. Ella se va y él no la vuelve a llamar porque es cobarde, pero empieza a soñar en ese instante, parado frente a los mini chifones, frente a los camotillos, las tejas y las cocadas.

15 de agosto de 2008

Fresita no era solamente Fresita, era Strawberry Shortcake, una muñeca minúscula con la cara cachetona y pecosa, las pestañitas pintadas en el párpado y nombre de kekito trabalenguas. Era además, y todavía no me explico por qué, un pasaporte a la popularidad escolar, a la posibilidad de tener de qué hablar con el resto, trono que luego heredarían las Cabagge Patch Kids (unos repollos trabalenguas), los Cariñositos (osos de sospechosa conducta) y posteriormente la revista Bravo, aunque eso supusiera tener que pegar en tu pared el afiche de un sueco llamado Dolf Lundgren sin tener la mínima idea de quién es. Fresita era la reina, tenía su perrito, su gatito y para cuando yo tenía siete años, era lo que más deseaba, sin pensar siquiera en la paz mundial o el príncipe azul.

Yo era solamente yo, porque no tenía a Fresita. No tenía a Fresita y a ningún adulto parecía importarle mínimamente.

Juan no era únicamente un señor que venía a la casa. Era el amigo de los abuelos que venía todos los sábados temprano por la mañana, cuando todavía yo deambulaba en piyama antes de meterme a la tina. A las diez y media se oía el timbre, la campanita de la puerta al abrirse y el golpe de la puerta al cerrarse. Yo esperaba un par de minutos y después asomaba a la escalera. En la mesa del hall de abajo aparecían sin falta, un comic y una caja de lentejas. Bajaba sigilosamente esperando que los adultos estuvieran en la cocina, subía y me sentaba en la salita de arriba a separar las lentejas por colores, luego por grupos de colores diversos y a comerme las sobrantes. Una vez con cinco grupos de lentejas multicolor, las separaba de en cinco grupos de lentejas monocromas y las iba comiendo una por una hasta hacer coincidir la última viñeta del comic con el sabor a chocolate de la última lenteja verde. Todos los sábados durante varios años, ese era Juan.

El en diario llegó el sábado un encarte de Hogar, la mega tienda de muebles y juguetes a la que íbamos a oletear de vez en cuando. Fresita y su glorieta florida, lugar en donde ella y todos sus amiguitos lucían más pecosos y aromáticos que nunca, estaba en oferta. Habiendo intentado todo tipo de tretas sin resultados con todos y cada uno de los cuatro miembros de mi familia, ese sábado que no era cualquiera, se estrenaría una nueva víctima de mis necesidades.

Juan, que me quería mucho y le hacía porras a todas mis malacrianzas, cayó rapidísimo. El problema fue esperar porque él tampoco era rico. La adoración que tenía hacia todos nosotros era directamente proporcional al porcentaje de su flaco sueldo invertido en regalos y detalles, y comics y lentejas. Hubo que hacer cuenta regresiva hasta la navidad yendo al colegio.

El colegio además de ser un colegio, era un reducto de niñas de todas las edades que ya tenían a fresita y a su amigo blueberry no se qué. La ropita, las mascotas, los cuadernos, los lápices y borradores de olores frutosos hasta la nausea. Durante semanas conté historias sobre mis futuras historias con fresita y conseguí volver a fresita una heroína épica. Fresita la del Olimpo, fresita de la guerra de las galaxias, fresita presidente. No he esperado nunca más nada con tanta ilusión. Esta vez el niño dios y su amigo papa Noel se iban a hacer una.

Ese veinticuatro de diciembre por la tarde la caja ya estaba en la casa. Dentro de ella una glorieta blanca compuesta de paredes y techo en forma de flor invertida, unas enredaderas de plástico y dos banquitas, me esperaban. Aparte de eso nada, salvo una recién nacida y en adelante eterna desconfianza en los adultos, papá Noel y el niño dios. Resultó ser que las cosas no eran como en las revistas y que nadie leyó las letras pequeñas en donde se advertía que el set de la glorieta solo incluía a la glorieta. De Fresita, el gatito y su amigo azul, ni el rastro. Algún tiempo después mi frustración sería reemplazada por las ganas locas de tener un Pequeño Pony.

El Pequeño Pony no era simplemente un caballo de juguete, era un caballo con ojos enormes, pestañas pintadas y pelo largo de colores, que además incluía un peine de plástico.

11 de agosto de 2008

petit evaluation

Ésta es una conversación que tuve la semana pasada con un chico muy querido.
Teniendo en cuenta la finalidad educativa de éste, su blog amigo, la transcribo para evaluar lo que en la clase de Poética Aristotélica de la semana anterior ya estudiamos, como son los conceptos básicos de la Tragedia Griega.
Ahora usted tiene que identificar correctamente prólogo, episodios, éxodo, párodo y estásimo, o simplemente escribir en una servilleta en qué momento el personaje chifla. El nombre del individuo ha sido reemplazado por la el caracter X, mientras que el mío por el término Carla, con propósitos obviamente académicos.
X says: carla, alucina que me he comprado un aparatito con el que estoy insoportable, es un teléfono de mac que es como una computadora de bolsillo, el tipo de juguete que a ti te encantaría

Carla says: como se llama?


X says: i phone

carla says: ah (esto no se lo digo a él, pero por dios, a éstas alturas tanta descripción para un iphone?) lo conozco. cuídalo porque es bien delicado y a la primera sentada encima, la pantalla fue.

X says: si ... ya le compre una carcasa que lo protege de gente turpiter como yo.. la primera vez que lo tuve en mis manos dije, esta cojudez la hago mierda en una semana.. pero lo estoy cuidando y me ayuda.. es el tipo de gadget que implica comprar varias cojudeces para no hacerlo mierda, como canguro, carcasa...

carla says: …el auto del iphone…

X says: alucina que si hay algo que me parece recontra lorna es andar por la vida con un maletín

carla says: claro, a mi también, el maletín sucks!

X says: totalmente

carla says: aja

X says: pero

X says: resulta que para hacer algunos trámites tengo que moverme con un huevo de papeles tipo libro de actas y constitución y copia literal y no sé qué tanta basura, lo que me obligaba a andar por la vida con un sobre manila que se rompía por todos lados. hasta que dije, la putamadre que los parió a todos, parece que me voy a tener que comprar un maletín para cargar toda esta mierda!

carla says: bastante lógico, pero cuidado que el maletín se pierde fácil
(nótese que es segunda vez en esta charla que ofrezco un consejo limpio)

X says: lo que pasa es que algo tan cojudo como los documentos de mi empresa terminan siendo algo importante para mi, y digo... bueno, a tu empresa la llevas en un sobre manila roto? qué baja tienes la autoestima, y trato de solucionarlo de la mejor manera posible. Así es que aparecí en xxxxx (nombre de la empresa propia del protagonista) con un maletín que compré y me pareció decente. carla, no sabes cómo se burlaron de mi…

carla says: no les hagas caso, lo importante es que tienes un maletin lindo, no?

X says: de entrada xxxxx (nombre de trabajadora de la empresa) me dijo: qué llevas ahi? una bomba? y puta no se.. pero yo creo que si vas a caminar por ahí con algo tan cojudo por ahí como un maletín debe ser algo decente..en fin también lo puedo llevar vacío pero pesa como 15 kilos.

carla says: no pesa demasiado?

X says: Claro, es que aca pues estoy rodeado de una serie de chicas burlonas que no se compran la del xxxx (chaplín del protagonista) ejecutivo. soy el hazmereir de xxxxxx (nombre de la empresa). Mira, si tu mamá (mi mamá?) me llega a ver por ahí con esa huevada, me deshereda. Es como yo les digo, yo aquí soy el gerente de xxxx(nombre de la empresa) cuando les conviene, cuando hay que hacer trabajo sucio, como tramites o botar gente, pero no cuando tienen que respetar mi elección en maletines.

carla says: me gustaría saber de qué color es y cuáles fueron los criterios de selección

X says: alguien me dijo que samsonite era buena marca y en realidad lo es. el problema es que no pasa piola porque es una cojudez plateada que hace parecer que llevas un millón de dólares adentro y pesa una tonelada (vacía).. es un roche.. hasta xxxx (la chupe de la oficina, la quinta rueda) se burla de mi cuando me ve cargando esa huevada. Carla, yo no nací para ser sometido a este tipo de escarnio

carla says: es de metal?

X says: no, es plástico, pero es perfecto para un mafioso o algo así.

carla says: bueno, la marca como criterio uno, qué más. Por decir, cuando viste la gama de maletines samsonite, qué sentiste?

X says: vi las opciones y e inmediatamente pensé en la música electrónica y en realidad para cargar mi equipo esta buenísimo, entra un sampler y una laptop normal, pero por dios que no se, ya todos me acomplejaron… El hecho es que cuando voy a cobrar, o salgo a una reunión nunca meto la plata ahí, porque es lo primero que me quitaría un choro.

9 de agosto de 2008

Tenía tiempo queriendo postear esta foto.
Ajá, se llaman así y son unas pastillas para aclarar la garganta.
Quisiera llamar un segundo su atención hacia la cara del gentil osito y el gorro que cubre su osuna oreja.
Se venden en todas las farmacias, sólo tienes que llamarlas por su nombre.
No habría que premiar al creativo?

7 de agosto de 2008

flashback

Días antes de volver del viaje me agarró el santiamén existencialista gracias al cual hoy, me encuentro en total replanteo. Necesito explicarte que en un caso como el mío no se abre el cielo en luminosa epifanía sino que los existencialistas ateos somos más bien propensos a la pataleta y el llanto sin mayor parafernalia que quizás un pucho y una copita de Jägermeister*.

Minutos, caladas y copas después, esa noche inicié un corto paseo por el youtube de mis recuerdos, con el franco afán de responder al fin a pregunta de hacia dónde voy, en base a refrescar la respuesta de dónde vengo.

Así fui alejando cada vez más el lloriqueo baboso con videos de canciones como Claridad, Travolta de diversas formas y Linda Blair patinando, hasta que al teclear un nombre desenterré un oscuro secreto familiar que mi abuela quiso llevarse a la tumba.

Yo quise ser burbujita, no bombera, ni astronauta y menos una treintona oficinista multimedia. Burbujita, muñeca de algún color, treinta minutos Roxanita Vargas o Patita Loyola, esa era mi meta. Pero la abuela dale que no, que no era para chicas como yo, que tenían las burbujitas justas, que nunca abrían un nuevo casting. Entonces al cargar la pantallita y ver de nuevo a Yola cantando tilín tolón tilín me enfrenté en berlín dos mil ocho a todas las veces del otro lado de la tele en las que pedía que me lleven al canal cuatro sin resultados, salvo el haber visitado el set del Tío Johnny como si una fuera cualquier tontita que se deja encandilar por un par de cámaras y un vaso de leche o como si mi vocación de burbuja hubiera sido sólo un juego de infancia.

Y un día de pronto a soportar el silencio, el ya no se hable más de esto que jamás serás una burbujita, escuchar los últimos intentos de la abuela, cuando ya sin saber cómo deshacerse de mi sueño usó por último argumento que la señorita Polastri abusaba de las muñecas, que al primer traspié la ira de mi mentora televisiva se convertía en sangre que volaba por el set, que los moretones se escondían tras las chapitas y pecas dibujadas con maquillaje de última.

No me queda claro si mentiste, querida abuela Lady Consul, ni cuáles fueron tus motivos.

A los cinco años no queda hacer mucho más que callar las propias ansias. La peluca, los pompones, la fila india y yo, nos convertimos en Montesco y Capuletto. Luego durante un par de años sólo me quedó esperar pacientemente la llegada de la Feria del Hogar y hacer cola junto a miles de niños menos convencidos que yo, para entrar al Auditorio a presenciar el show y así por fin llevar con los pies el ritmo del merenguito, olfatear de cerca el olor rancio de las trenzas de lana y al final hacerme autografiar un nuevo disco al mismo tiempo que intentaba establecer contacto visual con la animadora, para de ese modo intentar explicarle inútilmente con los ojos lo que pasaba, aunque siempre iba de la mano de algún adulto entrenado a la perfección para no dejarme huir o gritar a los cuatro vientos mi verdad.





*licor alemán de hierbas que promueve la ingesta responsable de alcohol en base a su mal sabor y peor resaca.

3 de agosto de 2008

Ventajas de ver La Tribuna de Alfredo


1. Puedes empezar un domingo culposo repudiando a otro más que a ti mismo.
2. No tienes que aprender nada, sólo se trata de mirar como un personaje de complexión obesa literalmente se taconea boca adentro un aproximado de cuarenta platos en pantagruélicas sesiones que tienen lugar entre una tanda comercial y otra.
3. Consigues atesorar importante información sobre nuestros potajes típicos, misma que se desprende de inteligentes frases –pronunciadas con un oscuro morbo gastroabdominal- como:

-Que rico bufé, no?
-La mazamorra morada hecha con maíz morado...
-El arroz con leche con su canelita y su pasa...


4. Sentirte feliz de no tener los pelos larguísimos dentro, sobre, y a los lados de la nariz, de los que hacen despliegue todos los primeros planos del susodicho en ininterrumpida ingesta.
5. Tener el oscuro deseo de que algún día un lechón entero, un cabrito con su frijol o un ají de gaína (gonzales dixit) se atraque frente o fuera de cámaras en alguna de las cavidades de su estómago, como son panza, bonete, libro y cuajar.

Gracias hermanón por una nueva pastilla para levantar la moral.

1 de agosto de 2008

Para llegar tarde al colegio mi madre escribía excusas en tarjetas personales en las que se leía que la llanta del auto estaba mala y que la avenida arenales era un caos. Las excusas para no hacer gimnasia eran que el uniforme no estaba seco o que estaba resfriada. En las tarjetas de cuando no hacía la tarea se hablaba del apagón. Así, cientos de rectangulares cartulinas blancas con el nombre de mi madre desfilaban entre los dedos de muchas viejas brujas, salían de la imprenta y de inmediato rotaban con mentiras de la amorosa Carla grande, dispuesta a que yo hiciera -siempre dentro de los márgenes que establecen la ley y los buenos usos– lo que me diera la real y regalada gana.
Cuando ya no podía faltar ni un día más al colegio y en Aló Gisela se presentaba Locomía con su formación original, mi madre me dejó ir a clases pensando que nunca vería en vivo y en directo esa boca de fresa que un moro homosexual pechicalato ostentaba y tapaba bajo un enorme abanico. Una vez en clase de filosofía, sonó el parlante llamándome hacia dirección. Mi mamá, a las once del día, estaba en la puerta del colegio esperando en el volkswagen rojo para llevarme a hacer unos exámenes, dada mi deformación congénita del riñón izquierdo. Abanico Locomía!