13 de octubre de 2012

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Yo soy la mujer que volvió a tu casa a la tarde siguiente, recorriendo el camino de memoria aún cuando había llegado muy tarde y muy estropeada y me había ido muy temprano y a escondidas. Volví para ver si me mirabas con la misma cara que antes de las primeras copas y casi siempre, me mirabas con esa cara hasta el final. Soy la que un día se despertó sin saber dónde estaba –y con una vaguísima idea de con quién- y tuvo que enfrentarse a la mirada de tu gato gris, el juez de la casa que me siguió hasta el baño haciéndome sentir sospechosa. La que dejó –te lo juro que por error- el arete rojo enorme que sobrevivió solitario hasta la mañana porque su hermano de la oreja izquierda salió volando por la ventana del taxi hacia la vía expresa puente Isabel la Católica cuando ya nos estábamos besando para sorpresa de los amigos que compartían la movilidad, esa soy pues. En mi casa cuelga un cuadro que hiciste con el arete y no quisiste vender en la galería.

Yo soy la que te mandó un mensaje de texto después de la primera salida diciendo, dime si estamos saliendo para hacernos buenos amigos, quiero despejar dudas. La mujer que creíste que te engañó con su mejor amigo, pero no te engañé ni se trataba de mi mejor amigo. Era sólo un amigo y no te engañé. Soy la que llamaste cuando estabas con tos y fue a verte. La que te vio enfermando cada vez más, la que se coló en cuidados intensivos diciendo que era tu novia y no era.  La que le hacía chistes a tu papá en tu velorio y fingía ponerse celosa de las demás viudas, para no dar pena.

También soy la que te conoció en navidad y le gustaste y cuando dijiste que ibas a Máncora por año nuevo, dijo qué casualidad, yo también. Soy la que tuvo que explicarle a su madre por qué se iba un treinta de diciembre en un tepsa sola, a caminar por las calles del norte hasta encontrarte y conseguirte. Soy la que después de que te perdieras entre las piernas de una actriz, te perdió en la boca de un tipo que era tu tocayo.

La que admirabas y perseguías y tuviste. De la que te hartaste y la que volvió a decirte que te amaba ahora, que le des una oportunidad más y luego te llevó al fin del mundo a matar culebras, viaje del que no sobrevivimos y sobrevivimos.

La mujer con la que viviste solo en medio de un paraje desértico era yo. Con la que tuviste un perro negro, la que no se peinaba ni usaba zapatos. Talón de loco, era yo y espero que te acuerdes. La que te pidió que te rehabilites por ella y no lo consiguió. La que encontró loggeado el mail de la mujer que hacías entrar a la casa cuando yo trabajaba –esa otra que seguro destendía mi cama y la volvía a tender-, la que preguntó, la que se fue.

Yo soy la mujer que pretende no tener miedo, pero que tiene miedo. Un huevo de miedo. La que hace lo que le parece, a la que tú dices tener miedo de responder. Si claro, soy el volcán furioso y soy Bolognesi y quemo el último cartucho. Soy la que cuando quema el último cartucho y no gana la guerra, se quita un peso de encima.