Incluso las veces en que León me explicó lo saludable de meterse primero en una piscina y una vez acostumbrada, meterse a la otra -una con agua como para enfriar chelas y la otra como para pelar pollos-, nunca fui capaz de pasar por esa prueba. No piense usted que soy miedosilla, que como un botón de prueba menciono hoy por primera vez que mi kinesiólogo tumbesino era un ex presidiario llamado Carachita, sobre cuyos cachetes detentaban dos equis en queloide del grave.
El asunto es que nunca llegué a entender esa especie de sufrimiento térmico a cambio de un minuto o dos mas de vida medianamente ejercida.
El jueves recién pasado terminó mi curso con entrega de diplomas e intercambio de tarjetas con los compañeros, primera comunión style. El miércoles, como es obvio, salimos de pachanga todos. Fue mi culpa que cantáramos bien bien guena y amante bandido. El resto de canciones nefastas, fue culpa de los demás. El viernes los ví antes de irme y en el fondo me sentí feliz y segura (como si conociera el futuro del mundo). El intendente de equis, el diputado de cualquier lado, el futuro candidato a presidente del partido n, y yo (de sapa y con menos represantitividad que un renacuajo) habíamos compartido un espacio simpá y volvíamos a nuestros terruños a cambiar el mundo.
Hoy, he tocado, visto e intentado entender, el muro que alguna vez dividió berlín. Me ha dado pena, se me ha puesto la piel de gallina y he vuelto a la casa de Martín sin entender. He pensado en los compañeros de la escuela de liderazgo y no he estado segura de que sigan siendo los mismos al alcanzar el poder. He tenido miedo.
Aquí, ya casi de noche, he leído que los baños que alternan agua fría con caliente se basan en la ley de la acción y la reacción; su principal efecto es estimular la circulación de la sangre y reducir las inflamaciones.
Pues nada, que he tenido uno sin mojarme, y no me ha gustado.
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