He caminado las calles a riesgo de derretirme y volverme nube sobre ellas. El sol revienta sobre las cabezas apenas sale, sin discriminar. A todas horas la plaza me espera y transito siguiendo el olor a frito que amanece muy temprano. Me acompaña mi madre y esto es lo más lejos que hemos llegado juntas y a la vez no. Reniego del calor, del exceso de ropa y veo las mujeres cubiertas al mismo tiempo que intento entender sin éxito pero también defiendo, no entiendo mucho pero defiendo. Comemos, ella tagine y yo cuscus. Está feliz con un plato que parece papas con mermelada de tomates, yo estoy feliz con cada coca cola zero que aviento al buche. Huele distinto por el aceite reciclado que vuela, aunque pensándolo un poco aquí nada vuela, todo se suspende en medio del calor. Estamos suspendidas dentro de los muros rosa.
Cada vez que he cruzado la pista me he visto amenazada de muerte por decenas de motos y algunos caballos. Hiede, ese es el verbo que se usa cuando un mal olor es sometido al sol de medio día pero a lo largo de quince horas. Vamos por los zocos, nos metemos alevosas en mercadillos repletos de baratijas de lata, cuero de camello y alfombras. Los que hacen bailar a las cobras piden plata apenas uno da una ojeada a la escena. Las cobras son animales pequeños que casi no se ven sobre el suelo de Jamma El Fna. Son negras y se ven menos feroces cuando están a menos de dos metros, enrolladas y dejándose llevar por el ritmo. Las mujeres unos metros más allá, quieren pintarme las manos y los pies con henna. Ellas no saben que dentro de mi esquema de cómo morir de calor, el siguiente paso sería aplicarme barro sobre las extremidades y dejar que seque. Trato de sobrevivir estos tantos grados con gaseosa helada y buscando la esquiva sombra. El cuero de camello agranda su aroma segundo a segundo. Es cuero de bisonte, cuero de elefante, cuero de mamut, de dinosaurio.
No hay alcohol en la medina, tampoco cigarrillos. Cada cierto número de metros, siempre cerca de Jamma El Fna, se sienta algún tipo a vender cigarros sueltos con nervio de traficante. La koutubia es la torre de una mezquita que está cruzando la pista, saliendo del Hotel Islane. Todo pasa entre la Koutubia y Jamma El Fna.
Paso por las calles de ese mercado inmenso. He aprendido a no mirar nada fijamente para evitar la invitación al regateo de los vendedores. Paso y dicen María, a ver si consiguen alguna respuesta. Avanzo algunos metros. Ha habido momentos en que hemos dado vueltas a los mismos zocos muchas veces, pero prefiero no comentárselo a carla grande. Es probable que ella piense lo mismo. Carmen, dice uno. Español?, italiano?, una se esfuerza por no mirar. No son tan guapos ni tan oscuros como esperaba. María, Carmen, la que habla español o inglés, no les da ni media pelota.
Estoy esforzándome en guardar en la cabeza cuantos datos pueda. Babuchas, lámparas, la mano de Fátima, mucha menta, el olor a empanada frita, los dírhams, el color rosado de todo, el humo. Andalucía, grita uno que me cae mejor. Andalucía ya viene siendo una mezcla entre hablas español y eres de los nuestros. María, Carmen, Mari Pili. Maja, guapa, dicen los más avezados. Si me dan a escoger, María o Carmen. Nunca Mari Pili y menos Martha, como un pobre infeliz que no iba a vender absolutamente nada con esa actitud, me gritó. Todos quieren jugar al regateo, al coqueteo de unos dírhams mas y unos menos, en medio de ese olor a carne refrita. La ciudad es un oasis en medio de nada, envuelto en celofán rosa y sometido a un foco térmico permanente. Cada cierto tiempo escucho un tipo gritar algo que podría ser una oración desde los parlantes arriba de las torres de las mezquitas.
Por la noche la plaza se llena de quioscos de comida, carretas que ofrecen jugo de naranja, cobras, monos que salen de cajas para hacerse fotos, músicos, cuenta cuentos, y todo lo de Marrakech que dormía esperando la llegada de la noche, aparece. Nosotras seguimos caminando por los zocos en busca de algo para llevarnos. Comemos y un mozo llamado Anuar nos atiende como si nos adorara. Caminamos. Cada cierto rato María, mujer peruana con poca tolerancia al olor a aceite, se apena de que dentro de los enormes muros rosa, no vendan cerveza. Su madre Carmen, quisiera que el hotel quedara más cerca para poder fumar libremente sin darle una cachetada a las costumbres marroquíes. Caminan entre gritos de maja, de guapa, de aquí, mira, más barato. Español?, Italiano? Martha?
Ya las paredes de Marrakech han quedado atrás. Atrás los jardines de la menara, la kashba, los zocos y el jugo de naranja. Para revivir el olor, hemos vuelto con babuchas de cuero de camello que una vez puestas son de mamut y de dinosaurio juntos. Hemos vuelto del desierto y sin importar por qué, yo fui un día la mejor mujer de la Medina. Dentro de esos muros rosa no hubo una mejor que yo. Soy Carmen y soy María y soy Maripili, pero no Martha.