11 de agosto de 2009

En honor a la verdad yo hubiera tenido que decir esto hace mucho, pero una se anda con cuidado en ciertos temas.

Por ejemplo yo trato de nunca mencionar en reuniones sociales que la cortina de la ducha y la luz del baño se juntan para hacerme un teatro de sombras por las mañanas. Por eso perfil de señor viejo con cara de hacha, mitad de oso hormiguero y anguila tomando siesta son los únicos que saben que a veces me quedo hasta que el agua se pone helada o que hay días en que me lavo el pelo dos veces por andar distraída mirando la cortina y la pared.

De esas cosas paranormales me pasan miles, pero como me desenvuelvo en el mundo de lo académico con tufo a ciencia, prefiero no decir nada a fin de conservar el Orden.

De cualquier modo no puedo cerrar los ojos frente a ciertas manifestaciones especiales comprobables. Digo esto porque estoy casi segura de que si invito a alguien a ducharse a mi casa la cortina se queda callada justo ese día.

El sillón lo compré en el 2004 en una barata de falabella. En aquel entonces pensé que mi situación económica mejoraría a mediano plazo y yo accedería pronto a muebles que no fueran beige o incluso a muebles en su precio real. No fue así y los muebles se mudaron conmigo de casa en casa hasta su residencia definitiva.

El perro nació un 4 de agosto del 2006 en cusco, como producto de una relación incestuosa entre su abuelo y madre, o padre y hermana, como quiera verse. Llegó a la casa ya cuando el sillón estaba poniéndose mugre como producto de los años y mi descuido. Lo tomó como suyo apenas tuvo tamaño para treparse y zambullirse en los cojines.

Un día el sillón y el perro se habían mimetizado. Desde entonces parece que el perro siempre está echado en la sala (incluso cuando ha salido a pasear) y que el sillón de la sala duerme en mi cama.





(se agradece a abi por las fotos tituladas: trabajo de profundidad de campo).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ese Takle y su principio de Uti Possidetis del siglo XXI.

J.