Soy hija de la coyuntura y en la casa cuando era chica yo era carlita en el mundo de los grandes y punto. No había hay que llevar a la niña al parque a diario ni preocupación porque yo pasara demasiadas horas frente a la tele. Así fueron los tempranos ochentas para mí y para muchos. La diversión consistía entonces en sacarle la vuelta a las actividades de adultos a las que me llevaban porque no había con quién dejarme. Fue así que me introduje en el mundo de la abstracción mientras asistía a la católica con mi mamá, aprendí a bailar vals con el tío Alberto que era el hermano de la abuela, velé varias fotos cuando quería salir desesperada del estudio del abuelo minutos después de rogarle que me enseñe a revelar fotos y chiflé con Frágil en el Teatro Leguía con la tía Giovanna en el 82. La verdadera educación integral estaba ahí porque se articulaba solita.
Ahora los chicos son el centro de todo y los llevan a puros lados de chicos divertidos. Por eso y porque él nunca tendrá que marcar 150 veces los seis números de Studio 92 para escuchar una canción horas después, envidio a mi hermano pequeñito (que es brillante y guapísimo y no porque lo diga yo).
Mi mamá hablaba en voz alta de las maravillas de la ópera. Teníamos un disco amarillento de Pavarotti que yo ponía en el tocadiscos y daba de alaridos al lado de la voz del gordo en mi italiano de ocho años. Anotaba la fonética de las canciones en un cuadernito y no paraba hasta aprenderla para que después que carlita cante una furtiva lágrima, que carlita cante la donna e móbile, y ahí iba carlita avergonzada y después de haberse hecho rogar horas, a cantarle a los grandes en el comedor. La coyuntura me hizo lorna.
Mi mamá hablaba en voz alta de las maravillas de la ópera. Teníamos un disco amarillento de Pavarotti que yo ponía en el tocadiscos y daba de alaridos al lado de la voz del gordo en mi italiano de ocho años. Anotaba la fonética de las canciones en un cuadernito y no paraba hasta aprenderla para que después que carlita cante una furtiva lágrima, que carlita cante la donna e móbile, y ahí iba carlita avergonzada y después de haberse hecho rogar horas, a cantarle a los grandes en el comedor. La coyuntura me hizo lorna.
Ibámos a la pajarera del municipal a ver la ópera o el ballet o berioshka o los chalchaleros. Como la circunstancia era esa y no otra, uno de mis primeros amores de infancia fue un chalchalero bizco que tocaba el bombo. Suspiraba por Federico Moura de Virus como por Pavarotti y moría por verlos alguna vez.
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Para entender la ópera en vivo primero hay que ir, sentarse y comprar el folleto de cinco soles repleto de erratas que ofrecen unas señoritas. Ahí uno puede ver las fotos de los actores cuando eran guapos y flacos, como también leer un poco del guión de la obra que, voy a ser franca, no se capta a la primera. De ahí sigues sentado y con el último timbre empieza la orquesta a sonar y como por arte de magia tu eres parte de todo eso como un instrumento que no se escucha pero está. Entonces se abre el telón.
Lo que sucede a continuación va mas o menos así.
Violeta es una juerguera mal que vive una vida disipada y tiene un huevo de amigos divertidísimos que bailan y chismosean de lo lindo. Ella, con su peinado malísimo y su copita en la mano, es La Traviata. Gilea con uno y otro hasta que llega Alfredo, que dicen que es un joven pero en realidad es bastante adulto y gordo para mi gusto y si yo fuera la descarriada de esa específica obra, jamás le hubiera dado pelota. Alfredo le ofrece amor, ella acepta y abandona el mundo divertido para irse a vivir al campo con su novio. Después el suegro de Violeta, que está sustancialmente más bueno que el redondo que hace de galán, se mete en la trama y ella huye del amor de su vida so pretexto de por el bien de él. Otro día se encuentran en una fiesta y Alfredo la trata como a una basura. Ahí termina el segundo acto.
Hasta aquí cuántos errores cometió Violeta? Dejó a sus patas, se metió con el tenor Alfredo en lugar de con el barítono de la barba, se dejó afectar por el floro de éste último y se las dio de fugitiva dejando que el gordo piense que es una perra. También fue a una fiesta sabiendo que el nuevo gil y el ex se encontrarían, la muy buscapleitos. Todo eso sin mencionar la falda blanca con zapatos negros que usaba en la escena del campo.
En el tercer acto Violeta se soltó el pelo por fin y yace en una cama con su sierva Aninna. Le queda media hora de vida porque está tísica y como si no tuviera de qué preocuparse, sigue pensando en que Alfredo irá alguna vez a verla, cosa que pasa pero como diez segundos antes de que Violeta muera. Eso es.
Cuando Violeta se muere, muchas de las señoras que han sacado a sus mascotas del closet para lucirlas en los hombros como sacándole la lengua a PETA, se van rápido y sin aplaudir en una carrera contra no tengo idea de qué. Uno se queda ahí, pensando en la acústica del sitio, en si los músicos del foso (cuántos serán, estarán en jean?) están contentos con su perfo. Repite en la cabeza el brindis de Alfredo en la primera fiesta y el momento en que Violeta le ruega que la ame por siempre en la casa de campo.
Después solo queda afilar la lengua para rajar del vestuario y secarse los ojos para que el resto no note que cada vez que las más de treinta voces del coro intervinieron en conjunto, uno estuvo llorando a gritos. Te odio, Verdi.
1 comentario:
ay tu hermanito, polemico desde parvulito, q bonito!
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