Tiene en los ojos el gesto del que te puede matar con una mano. Los hemos seguido o pretendido seguir por semanas, pero siempre en algún momento nos concentramos en alguna cosa u otra que no tiene nada que ver con él. Cuántas mañanas, cinco o seis quizás nos hemos levantado temprano para ir a buscarlo en las manzanas que compartimos los tres; tú por el chipoco, yo por el partido y él peinando las calles todas, las veredas, caminando en medio de la pista.
El primer encuentro fue hace un montón. Calculo que cinco años porque en ese entonces Porno, el pobrecito, ya se había muerto de distemper y lo habíamos enterrado a vista y paciencia de los corredores matutinos en el malecón Vargas Llosa, como a un hijito muerto que no tiene espacio en ningún lado. Entonces la mascota nueva se llamaba Takle y caminábamos intentando educarlo cuando apareció éste tipo en medio del paisaje como si lo hubieran sembrado ahí, como un mal chiste interrumpiendo a las empleadas del hogar que pasean perros con nombres gringos.
Cómo se llama, creo que te preguntó a ti o a mí, de eso no me acuerdo, pero le dijimos y dijo dile que le manda saludos Rintintín. Desde ese día el zambo de pelos anaranjados que camina por mi barrio entre loco y pasteleado buscando basura unos días y lavando autos otros mejores días, se llamó Rintintín.
Lo hemos buscado hasta el cansancio y la preocupación. A ratos aparece y cuando estás por hablarle desaparece de la nada como si las paredes se lo tragaran, o los arbustos o los callejones. Tiene definitivamente el poder de invisibilizarse. Entonces han habido días que después de peinar todo Barranco y preguntarle a las heladeras del malecón, a Jenny de la bodega, nos ha agarrado un miedo seco de pensar que finalmente se murió, que lo pisó el metropolitano o una patrulla matalocos se lo ha bajado. Hoy no sólo lo vimos, sino que pudimos abordarlo. Pudimos digo, aunque yo me quedé en el auto mirando mientras tú le hablabas.
Volviste al auto sonriendo y me contaste que Rintintín se llama Lucho.
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