5 de mayo de 2005

QUELOIDE-o cómo hay heridas que nunca curan

Pasó que a los 13 años, cuando más me jactaba de no haberme roto un hueso nunca (teniendo el secreto deseo de ser enyesada para acumular firmas y dibujitos), -Mira mamí!- triple salto, luxación, caída, rotura de hueso jodido en medio de decenas de personas y niños mucho más ágiles y menos adoloridos que yo, en un kentucky fried chicken de la avenida benavides.
La caída fué el detonante de una verdad que me acompañaría hasta hoy y presumiblemente hasta el fin de mis golpeados días. Tajeados, amoratados, contusos días.
Piel queloide. Una amiga cercana mencionó entre dientes que tienen queloide aquellos que descienden de negros. Probable, pienso yo mientras me acuerdo de una tía sospechosa que prefiero no mencionar porque uno nunca sabe qué tanto puede hacer una señora de más de 80.
El hecho sencillo es que la piel sobrecicatriza. Donde tú ya dejaste de cicatrizar y probablemente hayas vuelto a llevar una vida normal y te vuelves a subir en el monopatín, yo sigo cicatrizando casi al infinito, lo que no tiene nada de malo para mí, a diferencia de la gente que le teme a las marcas permanentes. eso sí, al monopatín ni me lo acerquen.