4 de octubre de 2011

Esto es lo que tenemos que hacer:

Nadie debe saber que nos reencontramos y que conversamos como locos mientras todo el mundo nos oía y que la opinión pública supo que teníamos algo antes que nosotros. Nadie debe saber que me mandabas fotos desde un viaje y que un día enviaste un mensajito diciendo ven y que yo decidí –con miedo- leer como van. Nadie debe saber que del viaje me trajiste un anillo del color de mis uñas y un ídolo pagano, eso no lo deben saber nunca.

No pueden saber que caminábamos por barranco de bares cuando te dije que sabía todo de tu vida y tú te sorprendiste y me besaste y desde entonces no nos dejamos en paz, o que un día tu auto no encendió debajo de un puente y nos dijimos todo tipo de cosas al amanecer. No deberían enterarse de que nos volvimos locos desde el día uno y que jugábamos a inventarnos papeles y nombres y que te dí un pequeño chanchito que atesoraste como si fuera tu hijo, ni que un día compramos unos canguros que siguen en tu cocina a una puerta de la cama que compramos para mi perro que iba a vivir mitad en tu casa. La cama del perro, no debe verla nadie.

No les cuentes (y yo tampoco), que nos arrastrábamos por el suelo de la sala ni que alguna vez nos dormimos en un mueble. No deben saber que teníamos miedo de lo que dijeran y menos que pasamos la noche en la playa y que subimos por un muelle lleno de caca de palomas a un catamarán. Que me defendías y yo te defendía, que estábamos hechos uno para el otro, que parecía que hubiéramos nacido juntos y que fuéramos a terminar igual. Que no sepan que un día todo se acabó y ahora casi no hablamos y que me pregunto qué haces y que me acuerdo de ti a diario y que te quiero, aunque quizás no como antes sino distinto.