23 de junio de 2010

a cada manía un milagrito

Y entonces victor y yo caminábamos buscando la boca del metro por algún lado (aunque yo confieso que también buscaba desesperada alguna tienda y luego encontré una de mascotas donde compré objetos inútiles y peluches para galatea, grifos de agua de hule para takle y un asterisco de pelos para la gata esa negra, porque cuando salgo de viaje empiezo a sentir un poco de cargo de conciencia al pensar que esa gata por ejemplo, jamás pisará ni la esquina, uno porque no quiere y dos porque poniendo una pata afuera de la casa de mi madre justo seguro que el metropolitano cambia de ruta y la pisa de todas maneras, motivo por el que limpio mi conciencia comprándole un objeto de un dólar mas taxes y ya no me importa en absoluto el pasaporte sin estrenar del animal), cuando de pronto en una de esas calles promedio que salen en las pelis donde las casas son de dos pisos mas sótano y algunos edificios, todos muy antiguos pero con sus plantitas bien cuidadas que se dan besos con los árboles, una foto en el suelo.


Una foto en el suelo con marco y vidrio roto fresco contra el suelo a cuadraditos de una calle equis a unas 4 cuadras del parque central, yaciendo en la vereda con la cara viendo hacia el cielo. Sólo verla ya te hacía sentir cierta ansiedad, o alguna vergüenza mezclada con pena o nostalgia o confusión. Una novia alta, con un vestido de diseñador de esos que ya volvieron, con velo sobre un peinado tradicional de calculo los setentas y cara de contenta, de novia.


Me tomaron como cien segundos convencer a vix de que nos la llevaríamos. Antes de levantarla del suelo miramos hacia las ventanas del edificio buscando alguien que nos detuviera. Nos la llevamos porque estaba tirada en el suelo y es mía porque la encontré ahí. Una vez con el marco de mediano tamaño en la mano, salimos caminando a la velocidad de la luz, pero yo iba convenciéndonos de que si la habían lanzado por la ventana, el hecho de que ya no estuviera quizás llamara a la reflexión a alguien o quizás no y nos estábamos llevando un triste recuerdo y dándole la libertad a esa mujer o cualquier cosa que se me ocurriera entre la hiperventilación y el sudor de esa maratón en nueva york a media tarde. Luego sacamos de un módulo de plástico un periódico gratuito para hispanos y envolvimos el marco que se veía cada vez más grande, un poco por pudor.


Yo puedo asegurar a riesgo de quemarme las manos que esa mujer que debe ser de la edad de mi madre jamás imaginó que su foto de bodas terminaría en la sala de una carla garcía en lima Perú, como tampoco Irmtrud la alemana que se murió en un asilo en berlin y de la cual tengo el álbum de fotos, o el bebito de la foto carnet que encontré en el suelo de la oficina de admisión de la san martín y menos la mujer andina cuya foto se me reveló dentro de la revista in de lan en un viaje del que ya no recuerdo nada.