14 de diciembre de 2009

fe

Es febrero del ochenticinco y dios es un amigo cercano. No he dormido ni he jugado ni he visto tele durante muchas horas. Tengo la casa club abandonada, los tubos de ensayo abandonados y seguramente alguna mascota muriendo de inanición en el patio. Quizás si no fuera este año y el futuro estuviera más cerca yo no tendría que esforzarme tanto. Comprar la cartulina, conseguir un palito de madera digna que haga de asta, buscar plumones de colores y robar de alguien el plumón dorado traido de Norteamérica. Eso y buscar un afiche donde la bandera estuviera lo más grande posible para copiarla a detalle. Si hubiera Wilson hoy, si los señores que trafican software, si las gigantografías y los ploteos, si internet, si hubiera una computadora o su madre cerca mío, es probable que mi tarea no hubiera tenido la mitad de la fe que tiene ahora. Yo he dedicado días de horas niña a hacer a mano alzada la mejor banderita del vaticano que alguien haya visto, con sus llaves, su coronita en detalle y las borlas. Con eso voy a recibir a Juan Pablo que está hecho de masa de pan y viene a Lima. Tengo ansiedad y nervio, lo voy a ver pasar en su papamóvil que es un transformer del cielo y con mi banderita voy a recibir a dios en su primera visita oficial al Perú.

Hoy es el día. Me he puesto el jumper azul que mi abuela rehízo porque mariellita es más grande que yo y aunque la tela pica un poco vale la pena la gala. Hemos llegado casi de madrugada al estrado que a lo largo de la calle las flores el colegio sophianum ha puesto para que sus exalumnas, entre ellas mi madre, puedan ver pasar al papa peregrino al vuelo cuando desde la nunciatura apostólica tome la Salaverry y luego de vuelta en esa misma calle, donde en su camino a la eternidad, que es el lugar al que karol llega siempre, me verá con mi bandera y mi jumper y mi enorme fe y yo lo veré en carne y hueso y masa de galleta para ser feliz y seguir cantando el taller del orfebre. El pueblo de dios, en camino con, juan pablo peregrino.

Hay tanta gente de mi familia que parece navidad. Sólo en el concierto de menudo en el nacional, he visto tanta gente junta cantando las mismas canciones y del mismo ánimo. Se cuentan los minutos que faltan, hay seguridad por todos lados, los zapatos me están matando. Franco, que es mi primo y también hijo de exalumna del sophianum, parece tener la misma histeria contenida que yo pero el lleva una banderita tipo, esas que hacían de papel crepé y con una impresión malísima del escudo. De hecho yo tengo la mejor bandera, el plumón ha conseguido reflejar el efecto pan de oro que tengo en el espíritu. Como de las manos me brota Iguazú, procuro solo tomar el palito para no malograr el dibujo y tampoco la ondeo por gusto por un poco de miedo de que la cartulina se eche a perder. Lanzan música desde unos parlantes que generan estruendo. La gente se pone de pie y con ellos mi mamá, la abuela, Fabiola, la tía dina, Giovanna, franco, yo y todas las viejas gritonas que entran en éxtasis religioso desde ya. Estoy en primera fila y no espero poco. Quiero, definitivamente, ver la cara del papa a metros, quiero alucinar el papamóvil, quiero recordar la guardia del vaticano, quiero que palomas rodeen la escena y formen una paloma más grande justo arriba de la comitiva. A cambio de mi esfuerzo, espero en recompensa que el cielo se abra y una inmensa mano me unja en santidad, nada menos y no estoy con ganas de negociar.

El tiempo se toma licencias literarias. Pasa dilatado, los últimos segundos son como minutos interminables y todo está en slow motion. Las viejas empiezan a romper las cadenetas de eslabones blanco y amarillos. Abren la boca como leones y miran hacia la izquierda que es por donde debe aparecer el polaco y sus huestes romanas. Todos se contagian y el ambiente se vuelve aún más intenso que menudo en el nacional. Entonces, y este es un fenómeno extrañísimo porque entre las voces lentas y deformadas del resto la escuché clarísimo y en velocidad real, Giovanna dice mirando hacia la derecha que era exactamente el opuesto de objetivo, mira carlita, ese no es Jaime Bayly?

Jaime, el chico que desde la tele hacía un programa de deportes, transita la calle las flores a treinta metros de mí. Tiene una camisa blanca y es mucho más alto de lo que imaginaba. Qué hará por aquí, quizás su mamá también es exalumna o simplemente va a algún lado desde algún otro, porque no tiene banderita ni canta. Está parado con sus piernas largas que veo por primera vez. Hay una florería desde su lado de la pista, la florería de la calle las flores y afuera Bayly. Me pregunto si me lo cruzaré, si sería capaz de decirle algo porque es tan churro, tan churro eres Jaime. No dejo de verlo salvo unos segundos cuando pasa un bulto que lo tapa y luego ya no lo veo porque se pierde entre la gente. De pronto el tiempo vuelve a tomar forma y las viejas están llorando y todos han roto filas y mi mamá me dice, lo viste que lindo es? Pasó justo delante nuestro lentito, haciendo la señal de la cruz! Viste el papamóvil qué lindo? Viste qué contento se veía? Lo viste?

No lo ví. He llorado, he llorado sintiéndome una idiota con mi bandera de cartulina y mi no recuerdo y mi no bendición. He vuelto a la casa indignada conmigo, con el jumper y todo el disfraz y los zapatos tiesos. Todos tienen una anécdota papal que contar esa tarde, ven la tele esperando verse, están contagiados de la gracia divina. Adentro mío inicio un pleito con dios que mi mamá intentará resolver sin éxito mañana tempranísimo llevándome cargada en hombros a la nunciatura apostólica a esperar que el papa salude a los madrugadores. Digo en voz alta, frente a la sorpresa del resto, que dios no ha querido que yo vea al papa, que no vale la pena nada, aviento la bandera, lloro de nuevo indignada. Los asusto porque tengo diez años y me enfrento a los designios de arriba, porque ya que el poderoso no cumple conmigo, lo enfrento rabiosa. Dios no ha querido que vea al papa y por eso ya no quiero ver al papa ni creer en dios, eso digo pero no es verdad, por lo menos no ahora. De la manera más indecente puso la tentación delante de mí y no he podido negarme. Estoy molesta son Juan Pablo, con Jaime y conmigo porque sé que es el comienzo de una lista de pruebas de fe que iré reprobando irremediablemente. Tengo diez años y delante una vida complicada en el rubro de las tentaciones.