27 de julio de 2009

Un color



He caminado las calles a riesgo de derretirme y volverme nube sobre ellas. El sol revienta sobre las cabezas apenas sale, sin discriminar. A todas horas la plaza me espera y transito siguiendo el olor a frito que amanece muy temprano. Me acompaña mi madre y esto es lo más lejos que hemos llegado juntas y a la vez no. Reniego del calor, del exceso de ropa y veo las mujeres cubiertas al mismo tiempo que intento entender sin éxito pero también defiendo, no entiendo mucho pero defiendo. Comemos, ella tagine y yo cuscus. Está feliz con un plato que parece papas con mermelada de tomates, yo estoy feliz con cada coca cola zero que aviento al buche. Huele distinto por el aceite reciclado que vuela, aunque pensándolo un poco aquí nada vuela, todo se suspende en medio del calor. Estamos suspendidas dentro de los muros rosa.


Cada vez que he cruzado la pista me he visto amenazada de muerte por decenas de motos y algunos caballos. Hiede, ese es el verbo que se usa cuando un mal olor es sometido al sol de medio día pero a lo largo de quince horas. Vamos por los zocos, nos metemos alevosas en mercadillos repletos de baratijas de lata, cuero de camello y alfombras. Los que hacen bailar a las cobras piden plata apenas uno da una ojeada a la escena. Las cobras son animales pequeños que casi no se ven sobre el suelo de Jamma El Fna. Son negras y se ven menos feroces cuando están a menos de dos metros, enrolladas y dejándose llevar por el ritmo. Las mujeres unos metros más allá, quieren pintarme las manos y los pies con henna. Ellas no saben que dentro de mi esquema de cómo morir de calor, el siguiente paso sería aplicarme barro sobre las extremidades y dejar que seque. Trato de sobrevivir estos tantos grados con gaseosa helada y buscando la esquiva sombra. El cuero de camello agranda su aroma segundo a segundo. Es cuero de bisonte, cuero de elefante, cuero de mamut, de dinosaurio.


No hay alcohol en la medina, tampoco cigarrillos. Cada cierto número de metros, siempre cerca de Jamma El Fna, se sienta algún tipo a vender cigarros sueltos con nervio de traficante. La koutubia es la torre de una mezquita que está cruzando la pista, saliendo del Hotel Islane. Todo pasa entre la Koutubia y Jamma El Fna.


Paso por las calles de ese mercado inmenso. He aprendido a no mirar nada fijamente para evitar la invitación al regateo de los vendedores. Paso y dicen María, a ver si consiguen alguna respuesta. Avanzo algunos metros. Ha habido momentos en que hemos dado vueltas a los mismos zocos muchas veces, pero prefiero no comentárselo a carla grande. Es probable que ella piense lo mismo. Carmen, dice uno. Español?, italiano?, una se esfuerza por no mirar. No son tan guapos ni tan oscuros como esperaba. María, Carmen, la que habla español o inglés, no les da ni media pelota.


Estoy esforzándome en guardar en la cabeza cuantos datos pueda. Babuchas, lámparas, la mano de Fátima, mucha menta, el olor a empanada frita, los dírhams, el color rosado de todo, el humo. Andalucía, grita uno que me cae mejor. Andalucía ya viene siendo una mezcla entre hablas español y eres de los nuestros. María, Carmen, Mari Pili. Maja, guapa, dicen los más avezados. Si me dan a escoger, María o Carmen. Nunca Mari Pili y menos Martha, como un pobre infeliz que no iba a vender absolutamente nada con esa actitud, me gritó. Todos quieren jugar al regateo, al coqueteo de unos dírhams mas y unos menos, en medio de ese olor a carne refrita. La ciudad es un oasis en medio de nada, envuelto en celofán rosa y sometido a un foco térmico permanente. Cada cierto tiempo escucho un tipo gritar algo que podría ser una oración desde los parlantes arriba de las torres de las mezquitas.


Por la noche la plaza se llena de quioscos de comida, carretas que ofrecen jugo de naranja, cobras, monos que salen de cajas para hacerse fotos, músicos, cuenta cuentos, y todo lo de Marrakech que dormía esperando la llegada de la noche, aparece. Nosotras seguimos caminando por los zocos en busca de algo para llevarnos. Comemos y un mozo llamado Anuar nos atiende como si nos adorara. Caminamos. Cada cierto rato María, mujer peruana con poca tolerancia al olor a aceite, se apena de que dentro de los enormes muros rosa, no vendan cerveza. Su madre Carmen, quisiera que el hotel quedara más cerca para poder fumar libremente sin darle una cachetada a las costumbres marroquíes. Caminan entre gritos de maja, de guapa, de aquí, mira, más barato. Español?, Italiano? Martha?


Ya las paredes de Marrakech han quedado atrás. Atrás los jardines de la menara, la kashba, los zocos y el jugo de naranja. Para revivir el olor, hemos vuelto con babuchas de cuero de camello que una vez puestas son de mamut y de dinosaurio juntos. Hemos vuelto del desierto y sin importar por qué, yo fui un día la mejor mujer de la Medina. Dentro de esos muros rosa no hubo una mejor que yo. Soy Carmen y soy María y soy Maripili, pero no Martha.

23 de julio de 2009

los guardianes

En el planeta tierra nos hemos creado a base de golpes una especie de orden que se divide en sub órdenes y en unidades más chiquitas. Hay arriba y abajo, izquierda y derecha, brújula, organigrama, eje equis y eje i griega, también llamado eje ye, dependiendo del continente o el humor del momento. Así son las cosas aquí abajo. Sin embargo cuando uno vuela, todo se desordena.

Apenas uno se sube a un avión, cualquier concepto propio del orden va directamente a la papelera de reciclaje. La panza sube y baja a su antojo, los oídos se tapan porque sí y uno está condenado a mirarle la coronilla al pasajero de adelante, además de escuchar durante horas los berridos de los hijos ajenos, personitas que saben bien sacarle el jugo al caos inter aeroportuario. Es eso sumado a la condición de conjunto cero que las señoritas azafatas le endilgan a uno apenas ingresa al pájaro de acero.

Si en el mundo terrestre uno paga a alguien por un servicio, puede aventurarse a solicitar una buena atención a cambio de su dinero. En el mundo aéreo en cambio, uno pasa inmediatamente a ser el subordinado de las regias señoritas que muy al peinado y el taquito deambulan empujando cajas con ruedas que contienen tortellinis que no contienen nada. Ellas son las amas y señoras de ese mundo que es una burbuja que se transporta de un lado a otro mientras el chico de adelante no para de dar alaridos y el de atrás no para de arrancarte los pelos. La señorita, que no te quiere de gratis y de normal, te odia si le pides más café y te aborrece si le comentas que tus audífonos no funcionan. Espera a que te duermas para darte un lapito y entregarte los tres papeles que debes llenar y luego muy pocas veces usas. Te amonesta por el cinturón, te abre la ventana porque su protocolo así lo establece y de ninguna manera te dará una almohadita extra. Ese es su mundo y ahí rulea, entérate.
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Yo no ví Watchmen en el cine, ni contigo ni con nadie. No lo hice simplemente porque un orden nuevo que me he planteado, establece que debo deshacerme de ciertos vicios, como por ejemplo el de invertir grandes cantidades de dinero en historietas, gran cantidad de tiempo en leerlas y demasiado tiempo de sueño en fantasear con superhéroes. Por eso en el viaje de ida vi una de mujercitas y durante las primeras horas del viaje de vuelta vi una del chico phoenix que tiene labio leporino, que era depresivo y se enamoraba de gwyneth palthrow aunque a su mamá isabella rosellini el asunto no le hacía demasiada gracia. Terminada la peli me dormí, hasta que la señorita que nos cuida, nos alimenta y nos da órdenes desde su investidura de Lan, pisó el pie de mi mamá que dormía en su asiento al lado del pasillo y nos despertamos ambas para ver la cara de molestia de la simpática fly attendant. Después me paré, fui al baño y de regreso pensé que podía solicitar el snack que ofrecieron a viva voz por el parlante, pero sentí miedo de importunar a las jefas y volví al asiento a amarrarme voluntariamente.

Vuelvo a que en el aire el orden se subvierte, se revierte, se invierte y súbitamente estoy poniéndole play a los guardianes, muerta de saliva mental y sed bucal, que así son las paradojas de la vida. Al minuto cuarenta y cinco la pantalla va a azul y el piloto nos cuenta que estamos a quien sabe cuantos pies de altura recorriendo el cielo a quien sabe cuantas millas por hora. Lima está a equis minutos y la temperatura actual es de bla bla grados celsius. Mmmm. This is your captain speaking, we are now flying over the andes… Mmm. Exactamente ocho minutes después, el capitán de la nave cierra la boca y puedo volver ordenadamente y sin chistar, a ver la peli.

Me congelo, ya me he puesto el antifaz en la nariz tratando de derretir el adoquín. Estoy envuelta en la mantita que no podré llevarme gracias a los sensores de plástico que ahora les ponen y a mis valores, por supuesto. No pido que suban la temperatura del avión ni un punto porque aparentemente las vigilantes están cansadas y han decidido someternos a su frígida indiferencia. El capitán informa en la pantalla azul que en breves minutos llegaremos a Jorge Chávez. Luego informa que en breves minutos llegaremos a Jorge Chávez, en inglés. Falta poco para que termine la película y yo me entregue nuevamente de lleno al mundo de la ficción, una vez pisada mi peruana tierra.
Pocos minutos para Lima, pocos minutos para el final de la historia. Corro contra el tiempo, pero lo hago como loquita sentada envuelta en trapos y con una emoción de adolescente de nuevo. Entonces el capitán vuelve a poner mi pantalla en azul e informa que las guardianas pasarán en ese instante a recoger los audífonos, y luego lo informa en inglés.

El orden del aire ha ganado. Una fuerza superior ha decidido que yo no vea los últimos seiscientos segundos de la película que podría haber cambiado el destino inmediato de mi vida. Me bajo, no sin antes agradecer, y retomo la realidad.
Una última cosa: quién vigila a los vigilantes?

13 de julio de 2009

madrid en julio

y entonces, un poco con la lengua afuera, alcancé a levantar las bolsas repletas de cosas y le hice una seña al primer taxi libre que ví. Éste paró, abrí la puerta malabareando mi pesada carga y amenazando un poco en ese ejercicio a un ciclista que recorría la gran vía. pasé y me senté. dije a metro metropolitano por juan veintitrés y escuché que me respondieron, bueno.
ESTO VA A TERMINAR CON NOSOTROS, fue lo segundo y último que dijo el taxista de bigotes, y yo no dije nada más.