9 de julio de 2012


No sabes si has visto mucho cine o leído mucho cuento. Te subes a un avión tratando de escapar de las redes sociales y por eso no llevas contigo la compu, pero si el celular. El celular va por si hay una emergencia y para jugar simon for iphone o anotar alguna frase. El avión despega cómo no, tarde. Te sientas cómo no, rodeada de niños de menos de tres años que dan alaridos. Delante de ti hay un vaso en el bolsillo del asiento y claro, es un vaso que no te pertenece. La pantalla de una pulgada del Lan está a tres filas de asientos y no te tocó revista, sino vaso ajeno y usado. No piensas comer la teja genérica ni el paquete de galletas saladitas. Te aguantas las ganas de ir al baño hasta llegar. Cuando llegas no te despides de la aeromoza ni miras la sonrisa falsa del piloto. Los pilotos son alcohólicos en su tiempo libre. Los pilotos aterrizan en bares, no en ciudades. Tienes suerte de haber llegado viva aunque hace un calor de mierda. Qué puto calor, qué mierda haces ahí? Te alejas de las redes sociales. Sudas esperando la maleta y viendo a los felices tablistas recibir sus tablas y maletas antes que tu. Ves el teléfono, mensaje de tu madre preguntando si llegaste bien. Cinco llamadas perdidas de tu madre. La maleta llega, sucia.

Sales a buscar al taxista que te espera. Lo ves y es igual y no al hermano de un amigo. Lo saludas con un beso que lo sorprende pero luego se pone a hablar sin parar y te gustaría retirarle el beso, quitárselo para que se calle. En el camino de salida del aeropuerto, te fijas en las luces que proyecta el auto para ver si cruza la pista un zorrito como ya has visto varias veces antes. Ni medio zorrito. Es probable que ya todos los zorritos hayan muerto, piensas. El taxi sale a la carretera.

Ves el teléfono, hay 3g. Escribes un mensaje a tu madre diciendo que llegaste bien pero lo cierto es que no estás tan bien porque el taxista no se calla. Escoges la salida menos dolorosa y preguntas si tiene radio el auto. La radio se enciende, canta Barry White. Escuchas a Barry White en esa pista entre arrozales y te tranquilizas. En el fondo todo estará bien, White entre los arrozales. Todo se ve oscuro salvo las luces del auto en la panamericana. Te faltan cuarenta minutos para llegar a destino. En el destino no hay redes ni lima ni noticias sino sólo un calor infernal y animales del bosque. Qué feliz, no. No feliz, sólo la voz del cantante cachondo en ésta station wagon en medio de la nada y camino a la nada. Si abres la ventana entrará aire caliente y quizás un grillo, mejor no la abras. Entonces el golpe y el cuerpo contra el parabrisas, el susto, la caída y el sonido de huesos en dos de las llantas. El frenazo, la oscuridad absoluta y el aire que no se mueve. El miedo dentro del taxi, mirar el teléfono y pensar qué hacer con el miedo. Luego seguir el camino sin pensar en nada porque no hay cuerpo ni parabrisas roto sino sólo el camino larguísimo hacia cualquier parte. Miras el teléfono de nuevo a miles de kilómetros de donde alguien tuitea y ha tuiteado. Ha tuiteado algo que no tiene nada que ver contigo ni con la pista ni con el taxista. La voz cachonda de Barry sigue cortejándote.

3 de julio de 2012

Rana


No se dicen cosas así en público, hubiera dicho la abuela. En sus tiempos las batallas no se libraban cara a cara. Si la abuela peleaba con la tía los dramas se gestaban entre bocas silenciosas y se ganaban entre dientes cuando una vieja decía esto o decía aquello y luego todos se sonreían como si no hubiera pasado nada y comían tallarines o ñoquis envenenándose por dentro. A mi abuela no le gustaba que yo dijera improperios y tampoco le gustaba que usara el pelo como lo uso hoy porque decía que mi frente era muy grande, pero por sobretodo ella me quería y pensaba-la pobre- que yo era todas las musas juntas y que escribía, cantaba y actuaba como los dioses mismos. Cuando la gente de la casa se iba a trabajar, saltábamos como dos locas sobre los muebles y nos pintarrajeábamos como drags.

Mi abuela siempre fue bien portada y nunca vi a mi abuelo ponerse celoso por algo que ella hubiera hecho, como si la vi a ella ponerse celosa loca cuando el abuelo tenía que fotografiar chicas de la tele. Nos quisimos casi hasta el final y fui siempre la predilecta y la única sobrenatural de todos sus tres nietos. Luego le sobrevino algo como una demencia senil y ya no me quería ni medio y me confundía con mi mamá hasta decir, ah no, eres tú, pero tú o yo, era alguien que ella no apetecía tener cerca. Y ya, se murió lejísimos mío y bueno, con eso termina esa historia.

Esta historia empezó cuando yo ya casi no me acuerdo de nada. Este es un cuento que empieza raro pero que empieza intenso, que me devuelve a mi casa después de una noche larga y me mantiene despierta. Estos no son los tiempos de Regina Castellano, hoy puedo decirte en un blog que nadie me toma como tú me tomas, que nadie me hace sentir tan protegida como tú me proteges. Puedo pedirte que estires tu mano huesuda y que la pongas encima de mi hombro porque yo mataría a cualquiera que intente impedirlo. Soy al mismo tiempo una mujer grande y una niña y un animal mitológico que vuela y muerde y escupe fuego si quieres. Tú, eres un pequeño dios.

Hay cosas abuelita, que se tienen que decir en público para que tu chico te escuche. Chico, mi chico, tú sabes quién eres.