1 de octubre de 2005

Hoy mi abuelo cumple 85 años. Yo en febrero cumplí treinta al lado suyo. En casa de mi madre deben estarlo amarrando para que no dé el sorbito de partida a una retahíla de whiskys que, estoy segura, lo veré tomar en las siguientes horas. Mi abuelo cumple 85 y yo lo vi salir de un enfisema, de un infarto y de todos los achaques. Juega con su laptop a diario, ve el canal retro. Baja y sube los casi setenta escalones hasta el cuarto piso. Los martes se junta con sus amigotes y lleva una botella, los sábados toma lonche con la tía ñaña. Cada vez que alguien entra a la cocina, el abuelo, que supuestamente no oye, aparece de súbito y ya tiene el vasito whiskero en la mano y la conversación política lista. Agárrate Toledo. Muchas veces es necio, malhumorado y pleitista, pero conmigo siempre esta de buenas y se ríe de absolutamente todo lo que digo. Pone su cara de disgusto y cada cierto tiempo abre la boca para soltar una barrabasada. Me dice viperina, monigote y otras chapitas de infancia. Nunca fuimos de hacer grandes cosas juntos pero creo que en la cotidianeidad de nuestras malasangres radica el encanto y la complicidad. A veces que mi mamá y Giovanna me piden que no le diga algo, espero que se distraigan y le cuento, para que las dos sepan bien quienes son los pendejitos de la casa. Estoy segura de que leerán esto y estarán atentas, pero créanme, volverán a ser burladas por mi abuelo y yo.