2 de septiembre de 2013

Ella no tiene nombre.


Volvíamos caminando del Guggenheim cuando vimos la foto tirada en la vereda. Estábamos en una calle llena de buenas casas, edificios de esos que salen en las series como La Nana, o los Cosby. No me acuerdo bien si hacía frío o hacía calor y menos si fue hace cinco años o tres. Recordemos que hacía frío entonces, para pensar que estábamos muy abrigados y que caminar por la vereda del parque central hubiera sido un suicidio, entonces tomamos caminando apurados para entrar en calor, una calle cruzada. Por esa calle comentábamos de tu internado en Vermont y de cuántos amigos habías hecho y yo seguro te contaba cómo había estado Lima en tu ausencia y te decía que visitemos tal o cuál sitio a continuación, pero estaba tan contenta de verte de nuevo que caminábamos por esas calles frías y quizás llovía y habían hojas mojadas en el suelo sobre las que yo andaba tratando de no resbalar. 

Claro,  fue así que encontramos la foto tirada en la vereda con el vidrio roto y nos quedamos mirándolo en el suelo con cara de preocupación porque en el fondo era como encontrar un tesoro o un fajo de billetes. Nos miramos y cogiste la foto debajo del brazo mientras yo seguía esperando que alguien apareciera en alguna ventana del edificio al pie del que estaba la ese marco y los vidrios rotos. Esperaba no sé, una explicación o un grito pero no salió nadie y de todos modos salimos corriendo como si hubiéramos robado algo en lugar de encontrarlo abandonado con violencia. En la esquina tomamos uno de esos diarios de distribución gratuita, el Village Voice, y envolvimos como un pescado la foto de la mujer y con ella estuvimos caminando largo. Entramos en una tienda de mascotas y mientras yo compraba cosas para perros tú comprabas cosas para gatos, así de sintomático era todo. Después seguimos caminando y nos sentamos en un parque equis a abrir el paquete y retirar los vidrios para que no te cortes, no me corte, ni se corte.

La foto de una novia en blanco y negro el día de su boda, hace muchos años que está en la sala de mi casa sobre una repisa. La traje de regreso en una maleta y desde entonces está ahí, sin vidrio, y nadie pregunta por ella.

Ella no tiene nombre o yo no lo conozco, nosotros no es más plural. Tal vez era verano, la verdad ya no me acuerdo.