9 de abril de 2013

carlita

La señora carlita trabaja en rectorado de la San Martín. La usan para recortar avisos, artículos, menciones y todo lo que tenga que ver con universidad y prensa. Con su tijera tiene una pequeña mesita en medio de las secretarias y ahí se pasa el día. Yo odiaba esa oficina. Me costó semanas hacerme de un trabajo digno para estar ahí sentada en un metro cuadrado con una Pentium II haciendo nada. Una maestra del disfraz, pretender que se trabaja y no estar haciendo nada. Eso me volví y también me daba tiempo para tirarle comentarios ácidos a la secretaria robusta y lenta y pelear a gritos con el practicante que se sentaba al lado mío por razones que ni recuerdo. Todo lo contrario era carlita. A sus sesenta y quizás mas años, iba y venía con su tijera de lo más atenta. Entraba a diario a la oficina donde nos hacinaron a todos y nos saludaba uno a uno con besito. Era materia dispuesta para cantar feliz cumpleaños o entregar un globo rojo recién inflado a quienes entraban en planilla. Si hubiera habido espacio y tiempo, yo hubiera huido. Cómo odiaba esos besitos y el oya mamachita, al mismo tiempo. Venía a meter floro y monologaba un buen rato. Su esposo negro, la casa, el micro y el trasbordo en algún puente carretero a diario. Un día un chibolo que le roba el almuerzo. Dos, tres días. La señora carlita al cuarto o quinto día gritando desde abajo del puente: por lo menos déjame las galletas!!!, el chibolo sacándolas de la bolsa y lanzándolas sin éxito. Aplastadas por la combi, no para uno ni otro. A la segunda semana carlita en la oficina, oya mamachita, sus conversaciones a solas y en voz alta, feliz de haber preparado dos almuerzos, de llegar con uno a rectorado, de dejarle el otro en el puente a un chibolo que ahora llama su sobrino.