Era el día que precedió a la Noche en Blanco. Me parece que fue en marzo del año pasado pero no podría asegurar nada. Yo estaba en el parque Salazar echándole un ojo a unas carretas que recibían pagos a la tierra y que luego serían parte de la Oda a la Papa de Antoni Miralda. La cumbre de presidentes con sede en lima se daba en otro distrito. Ese era el contexto. Ah, y no hacía sol.
Me siento en el muro de una casa para hacerle algunas fotos con el celular a la gente que trabajaba en la vereda de al frente decorando las carretas con apios, rábanos y plátanos. Estoy un poco emocionada pero no me acuerdo por qué. Hay casi nula gente en las calles cuando se acercan directamente hacia mí dos viejitas de apariencia tierna. Cuando están a dos pasos puedo ver como sus caritas de mazapán generan una mueca que sólo el vómito de algún ebrio desconocido sobre mi almohada podría provocarme.
Me siento en el muro de una casa para hacerle algunas fotos con el celular a la gente que trabajaba en la vereda de al frente decorando las carretas con apios, rábanos y plátanos. Estoy un poco emocionada pero no me acuerdo por qué. Hay casi nula gente en las calles cuando se acercan directamente hacia mí dos viejitas de apariencia tierna. Cuando están a dos pasos puedo ver como sus caritas de mazapán generan una mueca que sólo el vómito de algún ebrio desconocido sobre mi almohada podría provocarme.
-No se siente en el muro.
- ?
-Que salga del muro.
Me sorprendió tanto que no pude contestar, ya habiéndome bajado como por acto reflejo, hasta que las dos lindas señoras hubieran abierto, entrado y cerrado la reja de su cerquito.
-Disculpen, no quise faltarles el respeto.
-No pues, pero una vez que el resto la vea ahí, todos van a querer venir a sentarse en fila.
Dicho esto, se metieron a su casa y su muro quedó intacto. Segundos después la bola de paja y el cráneo de vaca que eran los únicos que deambulaban esa tarde por el malecón, entendieron que no debían sentarse nunca jamás siquiera cerca de la cerca de las Rotman.
A las sras. Rotman les molesta sobremanera que Lima se haya choleado. Primero la guerra perdida contra Larcomar; luego la guerra contra el hotel de enfrente; a diario la guerra contra las chocolateras. Pasan los días frente a las ventanas de la casa aguardando a algún nuevo enemigo. Salen eso sí, por las tardes a oletear qué cosas hace la chusma que ahora pulula por los jardines donde antaño ellas jugaban entre sus pares. Luego vuelven a la casa y se las arreglan para mandar a imprimir banners con consignas. No a las combis, no al arte contaminante hecho con desechos. Las cuelgan de sus ventanas y las cambian de acuerdo a la ocasión.
Un banner colgado de una ventana luce mucho mejor que yo sentada en un muro un día domingo.
Si fuera por las señoras de esa casa no habría Larcomar, ni hotel. Tampoco esos juegos para niños que han puesto al frente y que son un éxito. No habría Noche en Blanco ni carretas con verduras. No habría microbuses ni combis que pasaran por el malecón y menos por la primera cuadra de Larco. Están en pie de guerra contra todo al mismo tiempo que evocan sonriendo tiempos en que un grito suyo podía mover una manada entera de sirvientes.