24 de marzo de 2009

salvemos miraflores

Era el día que precedió a la Noche en Blanco. Me parece que fue en marzo del año pasado pero no podría asegurar nada. Yo estaba en el parque Salazar echándole un ojo a unas carretas que recibían pagos a la tierra y que luego serían parte de la Oda a la Papa de Antoni Miralda. La cumbre de presidentes con sede en lima se daba en otro distrito. Ese era el contexto. Ah, y no hacía sol.

Me siento en el muro de una casa para hacerle algunas fotos con el celular a la gente que trabajaba en la vereda de al frente decorando las carretas con apios, rábanos y plátanos. Estoy un poco emocionada pero no me acuerdo por qué. Hay casi nula gente en las calles cuando se acercan directamente hacia mí dos viejitas de apariencia tierna. Cuando están a dos pasos puedo ver como sus caritas de mazapán generan una mueca que sólo el vómito de algún ebrio desconocido sobre mi almohada podría provocarme.

-No se siente en el muro.
- ?
-Que salga del muro.

Me sorprendió tanto que no pude contestar, ya habiéndome bajado como por acto reflejo, hasta que las dos lindas señoras hubieran abierto, entrado y cerrado la reja de su cerquito.

-Disculpen, no quise faltarles el respeto.
-No pues, pero una vez que el resto la vea ahí, todos van a querer venir a sentarse en fila.

Dicho esto, se metieron a su casa y su muro quedó intacto. Segundos después la bola de paja y el cráneo de vaca que eran los únicos que deambulaban esa tarde por el malecón, entendieron que no debían sentarse nunca jamás siquiera cerca de la cerca de las Rotman.

A las sras. Rotman les molesta sobremanera que Lima se haya choleado. Primero la guerra perdida contra Larcomar; luego la guerra contra el hotel de enfrente; a diario la guerra contra las chocolateras. Pasan los días frente a las ventanas de la casa aguardando a algún nuevo enemigo. Salen eso sí, por las tardes a oletear qué cosas hace la chusma que ahora pulula por los jardines donde antaño ellas jugaban entre sus pares. Luego vuelven a la casa y se las arreglan para mandar a imprimir banners con consignas. No a las combis, no al arte contaminante hecho con desechos. Las cuelgan de sus ventanas y las cambian de acuerdo a la ocasión.

Un banner colgado de una ventana luce mucho mejor que yo sentada en un muro un día domingo.

Si fuera por las señoras de esa casa no habría Larcomar, ni hotel. Tampoco esos juegos para niños que han puesto al frente y que son un éxito. No habría Noche en Blanco ni carretas con verduras. No habría microbuses ni combis que pasaran por el malecón y menos por la primera cuadra de Larco. Están en pie de guerra contra todo al mismo tiempo que evocan sonriendo tiempos en que un grito suyo podía mover una manada entera de sirvientes.

6 de marzo de 2009

gen pimpinela

Una no tiene esas pataletas de pasión absurda por generación espontánea. Yo por ejemplo, no me pongo a discutir en la vereda o levanto la ceja izquierda o me esfuerzo en colgar el fono sin decir chau y diciendo exclusivamente okay, sólo porque mis papás me educaron mal. Lo hago porque está en mis genes y en éste específico caso respondo a mi herencia genética a pies puntillas, pero también a llantitos y a requintos.

La primera vez que supe que los abuelos sostenían en una mano un corazón y en la otra un martillo, fue un incidente confuso para mí.

Yo veía Carmín como si cada frase que salía de la boca de Fiorella Menchelli hubiera sido la respuesta correcta para aprobar un examen de admisión. Estudiaba la boina, la corbatita, el pantalón remangado y ponía en ejercicio lo aprendido para ir los fines de semana al Real 1 o al Real 2 y después cruzar al bon beef donde quizás conocería a mi Ricardo Moll, o a mi Gato Bañuelos.

Por eso el día que llamó la actriz famosa a preguntar por el abuelo para que le hiciera unas fotos, yo salté en una pata por toda la casa. Gritaba ABUE como loca, quería saber como diablos una voz del olimpo (que en ese entonces era la Casa Dasso), había cruzado Lima de Barranco hasta Santa Beatriz y llegado hasta mi oreja plebeya, pero sobretodo necesitaba saber qué posibilidades habrían de que la señora Dammert visitara mi casa alguna vez y me contara algunas anécdotas de filmación.


Abue es una chapita unisex como decir Renee o Jesús. A Abue, en femenino, no le hizo ninguna gracia que Carmín hubiera aparecido por el auricular, sino todo lo contrario. Los dos Abues se echaron un par de frases que no escuché, el abuelo contestó el teléfono de mala gana, luego se encerró en su estudio y la abuela se sentó en la mecedora a ver una novela mexicana con Libertad Lamarque que era una vieja tembleque y sufriente de quien era imposible sentir celos. Y así.

Todas las mañanas de sábado de mi infancia el abuelo se iba con el Sr. Seuler, los hermanos López Aliaga y demás viejitos a tomar un whisky a Berisso de Arenales. Todos, no faltó un sábado hasta que tuvo que mudarse a Magdalena. De regreso ya cosquilludito y sonriente, me traía un borrachito de chocolate, que es algo así como una trufa con ron, y algo así como era mi abuelo los sábados a medio día. Eso era de regreso. De ida, todos los sábados mi abuela decía ya se va con los amigotes, el abuelo contestaba porca miseria, y la puerta que daba a la calle casi arrancaba los espejos de las paredes al cerrarse a gritos.

Sé que hasta ahora suena como si mi abuela hubiera sido una vieja mala que martirizaba a un flaquito, pero resulta que el flaquito era un joyón. Coquetuelo hasta con las cajeras de Monterrey, se lanzaba unas sonrisas de baboso que yo ampayaba cada dos minutos e imagino que mi abuela también. Podía estar callado días para después al abrir la boca soltar ráfagas de ácido y había ocupado tres cuartos de la casa con sus químicos de revelado. Decenas de metros cuadrados de suelo estaban cubiertos por docenas de galoneras blancas empolvadas. Muy burlón, muy políticamente incorrecto y dotado de un sentido de la dignidad y el ridículo que determinaban casi todos sus actos. Le gustaba el whisky caro pero tomaba del barato, comía anchoas y prosciutto, se pegaba con cocinar el mejor asado y para eso nos tenía comiendo asado semanas o meses. Los mejores panqueques y todos comiendo panqueques semanas o meses. Yo perdí cinco rayas del paladar por culpa de los meses que comimos anchoas y pan caserito en el lonche. Al abuelo le gustaban los sabores intensos y ahora creo que a mi abuela también.


En los sesentas había un detergente para ropa que se llamaba 6. Había también un señor simpático que frecuentaba la casa llamado Kiko Ledgard. Lo tercero que había por ese entonces era un programa de tv llamado “La pareja 6” que animaba Kiko y donde dos parejas concursaban respondiendo preguntas sobre cuánto conocían a su media naranja. Kiko y el Abuelo eran grandes compinches, a pesar de que nunca escuché a la abuela tildarlo de amigote. Supongo que fue por eso que aparecieron una noche concursando por el premio mayor junto al torero Curro Romero y su mujer.


Los Buscaglia iban a la cabeza en el score habiendo contestado las preguntas fáciles como cuál es el color favorito de Ángel y de qué color son los ojos de Regina. Los Romero habían caído cuando Kiko preguntó a la mujer del torero si frente al ataque de un toro furioso su marido el Curro le arrancaría la falda para usarla como capote y ella contestó que nó, que su marido ante todo era un caballero. El por su parte, dijo que no lo pensaría dos veces. Entonces la Romero hizo un desplante frente a cámaras y su marido se enfrentó delante de los televidentes a un toro furioso que lo esperaba en casa, lugar donde llegarían sin premios ni orgullo.

Los abuelos cincuentones guapísimos, ganadores, glamorosos, pasan a la pregunta final. Kiko le pregunta a Regina qué vestuario elegiría Ángel para salir a la calle entre disfraz de payaso, vestimenta típica de pamplonico (traje de Pamplona de pantalón blanco y fajín rojo) y Traje de Luces (capri enmantequillado forrado de lentejuelas de color damasco con pantys y zapatos ballerina). La abuela lo piensa. Sólo hay una respuesta posible y el animador junto con los futuros perdedores la esperan con ansias, al igual que el público en sus casas. Las luces sobre mi abuela y el éxito al lado rozándola. Fanfarria. Regina dice Pamplonico, entonces Kiko abre un sobre y saca un papel que con la letra de mi abuelo dice clarísimo Torero.


En ésta historia especial es cuando se apagan las luces cuando empieza el drama. Los Romero en cambio a su casa de lo más felices.