21 de abril de 2009

la abuela deja paquete sorpresa con el guachi



en el mismo espejo donde una vez se vió una mujer llamada Albertina y luego la esposa de su hijo, una señora llamada Nytha, a partir de hoy me veo yo.

20 de abril de 2009

en lo que se me va la vida.

Me despierto a las siete aeme y siete con tres segundos voy y prendo la tele a ver qué pasó. Todas las mañanas me pregunto cómo puede haber un segmento deportivo tan largo y por qué está simultáneamente en todos los canales. Cambio a rpp y siempre, todas las mañanas, está un señor aburrido que habla sobre economía sin figuritas. Tomo el espejo de aumento que está en la cachina que flanquea el lado izquierdo de mi cama para fijarme si es un día de pocas o muchas ojeras. Normalmente determinar eso me toma tiempo, por lo que a las nueve y media salto de la cama como una loca hacia la ducha donde casi todos los días falta champú, o reacondicionador, o el jabón es del tamaño de un goldfish, pero me las arreglo y luego me seco al vuelo y deshago todo el closet para ponerme cualquier porquería y al final le pongo comida al perro y subo al techo a ver que tenga agua y cierro todas las puertas para que el bien alimentado animal no me rompa todo.

Salgo y saludo a Gonzalo, el nuevo portero que temo que no gusta de mí. Hoy manejo a recoger al socio y vamos a compuplaza a comprar hardware y entre otras noticias, el cajero globalplus de ese lugar no funciona, pero saco de otro cajero para pagar, mientras busco en el bolsito unas monedas que luego me sirven para ordeñarle a la máquina expendedora dos doña pepas y unas chips ahoy. Salimos y llevo al socio y a la nueva multifuncional de la empresa, a su casa.

Corro, no yo sino el auto, hacia mi trabajo. Una vez ahí saludo al portero que sí gusta de mí pero que olvida guardarme espacio en el estacionamiento, y dejo el auto a sesenta metros. Maldigo los zapatos que llevo puestos pero le sonrío a las secretarias que manifiestan que el courier no llegó por las invitaciones, pésimo augurio para el lanzamiento del libro el viernes que viene. Subo la escalera a pesar de los zapatos.

Son las once y un señor que piensa que yo tengo mucho poder y que seguramente con una llamada soluciono su vida, viene a pedirme oportunidades laborales. Lo atiendo con simpatía en serio. Cuando se va empieza la carrera de imprimir etiquetitas, corregir textos y delegar inutilmente tareas en las dos secretarias que felices se carcajean abajo. Escribo ocho correos. Con historiador de difícil trato, con ejecutiva de imprenta, con jefe de prensa de embajada, con coordinador, con asistente y con ex asistente, me comunico. Siento hambre pero chateo un poco con amigos y conocidos mientras espero que la máquina lenta donde trabajo administre las cuatro tareas que le pido por favor, que le ruego.

Salgo dos peme, me meto al auto ya presintiendo ampollas en los meñiques inferiores y tomo la Benavides hacia el macdonalds mas cercano. Pido comida y me quedo embotellada entre un auto que está en la ventana de pagar y el otro que está en la ventana de recoger. Aprovecho y llamo a mi madre que pide atención, pero como la llamo en el momento en que está almorzando, ya no quiere ni necesita mi atención. Tomo república de panamá hacia Barranco y en la esquina del cortijo recuerdo que ahí roban, entonces me pongo paranóica y escondo el bolsito debajo de las piernas pero luego me doy cuenta de que podrían robarme los wraps extra crispy y los escondo también pero a ellos debajo del asiento del copiloto, ese donde normalmente va dios.

Almuerzo y relajo un rato. Hablo por teléfono, eso sí, con asistente y con mamá, que ya sin la boca llena me quiere de vuelta. Hago planes de viajes, me engrío y como por arte de magia dan las tres cuarenta y cinco y tengo que montarme nuevamente en el auto destartalado y manejar de regreso al trabajo.

En el trabajo subo a la ofi cojeando pero nunca sin saludar a las secres del humor, me encuentro a mi jefe y entro la reunión semanal de un grupo de individuos llamado el comité.

Mientras el comité se reúne y yo doy informe de los avances alcanzados en materia de quien sabe qué, puedo darme cuenta de que mi atuendo es un lujo de pelos de perro rubio y gato plomo, pero aún con eso y el sueño y el pelo de semiloca, salgo airosa y muy profesional de tan importante cónclave. Vuelvo a mi oficina donde recibo y contesto mensajitos de texto y correos y chateo un segundo informando a mi prima que ya me voy a casa.

Tomo el auto y salgo a Benavides donde tengo que dar una vuelta enorme por Miraflores dado que pusieron una de esas señaléticas con flecha tachada justo en el lugar donde doy la vuelta a diario rumbo a casa. Llego a casa y en la reja saludo a Gonzalo que no me quiere ni siquiera porque tengo una cara de dolor de pie que no da más.
En la casa mi mascota que es efusiva y alegre me agarra a patadas apenas entro. Reviso si tiene comida y bebida y me tumbo en mi cama donde prendo la tele y la compu y llamo a la bodega a ver si césar me trae chocolate porque yo no doy ni un paso. Comiendo, posteo.

Son las siete de la noche y eso hice durante el día. Ahora que estoy en mi casa ojeo el twitter y pienso que las mujeres ocupadas tienen derecho a dejarse las piernas peludas siquiera un par de días.

15 de abril de 2009

pequeño beso, pico.

Me ha quedado muy claro, yo sería el demonio o el hombre del espacio pero nunca el gato ni starboy. Demonio tiene esas botas increíbles con escamas y el pelo tomado en colita. Pone los ojos en blanco, tiene un bajo en forma de hacha, saca la lengua y escupe sangre que es el glamour mismo. El hombre del espacio tiene a su favor el vestuario con hombreras y yo tengo en mi contra la idea permanente de que tengo los hombros estrechos, así que haga usted su matemática. El gato es gato y no usa plataformas para poder tocar la batería, lo que lo hace lucir levemente enano y bastante afeminado. Starboy tiene un escote demasiado pronunciado, punto.


En el momento del falso final, olé olé olé, aplauso, kiss-kiss-kiss-kiss, yo me encontraba en el perímetro de la cancha buscando un baño. Exactamente cuando lo encontré y mi mano abría la puerta azul con rótulo disal y yo entraba y hacía esas maromas que una hace en los baños públicos que ni Harry Houdini sale entero y con la dignidad aun como bandera, Paul Stanley con su fundillo brillante volaba por los aires desde el escenario hasta la plataforma de luces y sonido que estaba sentada en medio del estadio. Paralelamente Starboy surcaba libre el cielo de Lima y yo batallaba encerrada dentro de un cubículo azul de plástico, por eso no lo ví. Igual al salir la Lore me dijo que le tomara una foto con el móvil y eso hice.



13 de abril de 2009

1 de abril de 2009

Belén está viniendo a la casa con frecuencia. Viene porque Isabel, que es su madre tiende mi cama una vez al día y me prepara algo con cariño para comer. Isabel conoce qué como y conoce cuando y por qué no como. Me llama al celu y decide no cocinar porque sabe que estoy comiendo solo dulces y le preocupa y recurre a la huelga a ver si con esas le doy una par de bocados al locro o al arroz tapado.

Anaisa viene a veces y se come mi comida, pero al final amenaza con decirle a Isabel que fue ella y no yo, a lo que respondo con la amenaza de no alimentarla no una sola vez más y todo se apacigua y es de nuevo el mar quieto. Anaisa necesita de mi comida tanto como yo necesito quitarme de encima la imagen de mi abuela diciendo que la comida se pierde habiendo tanto niño pobre.

Yo como, sucede que no como en casa hace algunos días. Como de la ventana del Mac de Benavides, o del salad bar de wong, o del empaque de la ibérica y ese no es un tema que debería preocuparnos ya. Terrible sería que Belén no comiera como a veces me cuenta Isabel, porque Belén es pequeñísima y es engreída y solo gusta de cereales de caja y atún de una lata. Viene a la casa porque su mamá trabaja en demasiadas casas y encima tiene que recogerla de un nido con nombre de virgen y traerla un rato para luego llevarla a una zona de chorrillos donde abundan los viveros. Entre el nido y la casa de otra y su propia casa trancurren los cinco años de Belén que tiene un poco de cara de loca y los dientes de leche mínimos y el pelo suelto pero una media cola hacia el lado. Lo importante son los dientes del tamaño de un ratón blanco, media cola hacia el costado, el desorden de su presencia en mi casa y los ojos de loca, redondos y muy abiertos.

Isabel cuenta que ha visto una foto carnet mía que está al borde de un espejo. La tengo puesta ahí porque quien me la tomó, en un sitio de fotos pasaporte, decidió ese día que debía borrarme las pecas y sombras de la cara. En la foto tengo cincuenta años y unos cachetes enormes y sin sombra, por eso la tengo en el espejo. Para cerciorarme todos los días de que no soy yo. Belén la ha visto y la ha sacado de su sitio. La ha visto largo y le ha dicho a su mamá que somos idénticas, ella y yo. Mira, somos igualitas. Con eso se ha quedado e Isa me lo cuenta sorprendida porque ella, como es obvio, nos ve muy distintas. Trantando de gatillarme un boost de autoestima, me ha dicho que quizás nos parecemos en lo flacas.

Nos encontramos ayer en mi casa a la hora de almuerzo. Ella en uniforme de gimnasia y yo con un vestido verde a puntos. Me contó que ya está en la clase de cinco años, tuvo un breve ataque de ansiedad por culpa de mi perro y luego de manera tímida entró al baño y se encerró con llave exactamente como yo lo haría. Minutos después entreabrió la puerta y sacó un ojo para ver si salir era un opción. Una vez afuera le dí un paquetito de m&m peanuts que quince minutos después seguía en su mano. Me acordé que para navidad le regalé un vestido verde corto con corazones muy parecido al verde que llevo hoy con puntos. Ella también lo usa con leggins negras, dijo Isabel. mmmm. Y Belén, estás enamorada? ella saca la cara de detrás de las piernas de su mamá y dice que sí, de Santiago, un chico de su misma edad que sale con otras cuatro del salón de cinco años. Me imagino a la Belén con la cola chueca y el vestido verde sintiendose sin posibilidades mientras Santiago guapísimo y en medio de las otras contoneantes cuatro niñas, la empuja o se burla un poco de ella pero sueña con esos ojos redondos y los dientes de ratón.

Finalmente veo a mi gemela espiritual tomar el paquete amarillo de dulces y meterlo cuidadosamente en el bolsillo de su buzo. Sé, porque somos idénticas, que polígamo de kinder debe estar saboreando en este minuto esos maníes.