La planta
llegó hace tres años. Me la dió el portero como regalo sorpresa y al ver la
tarjeta, era el regalo navideño de un ex ministro de quien se diría entonces,
era mi suegro. Un correo recorría los buzones de los sapos limeños diciendo que
el hijo del general y yo manteníamos un romance que tenía como sede el club de
campo de una fuerza armada. En el correo decía, la hijita de alan y el general
usan la sede para su luna de miel. A mí, el
mail me llegó de cómo a cualquiera.
No conozco
mucho al ex ministro y la verdad no sé si es casado o tiene hijos. Me gustaría
imaginarlo como suegro sólo si tuviera un hijo alto y con pelo moreno. Un hijo
que soporte pesadeces, que quiera más de lo que quiere un humano promedio. Si el
ex ministro fuera mi familia me gustaría que su hijo se llamase Marcial, que
tuviera una maestría en Historia y que su rollo fuera importantísimo. Lamento
si, que ese señor nunca me haya presentado un hijo y más lamento que la sede
campo nunca haya sido la locación de mi loca luna de miel. Luna, miel, carla,
no.
El ministro
cuando fue, me mandó esta planta. Elegante mandar plantas, no matar seres vivos
para complacer mujeres. La planta llegó a casa en una maceta y cuando la vi,
pensé Anturio. El tema con la planta ha sido su euforia. Muchos meses ha sido
una planta con muchas hojas y dos o tres flores. Luego con cuatro flores, luego
con cinco. Cada vez menos hojas verdes y más flores rojas. Flores rojas por
todos lados y capullos de flores rojas. Un ejercicio insólito de rojo la planta
que ya tiene más de tres años. La miro y veo abajo florcitas apareciendo cada
semana, cada vez las hojas más verdes, cada vez más alegría.
La planta
ha estado ahí en medio de lo peor, sentada en el tablón que divide la cocina de
la sala como si nunca pasara nada y se ha soplado las peores conversaciones, lo
peor de lo denso y de lo feliz. Esa planta me ha visto sin ropa en situaciones
raras, me ha visto desfilando por la sala como una loca histérica y me ha visto
pasar triste hasta la puerta acompañando a alguien. Con sus flores rojísimas
miles creciendo como si importara poco la vida de los humanos, con sus hojas
verdes como si yo no fuera la dueña de casa.
Nunca,
jamás, la he regado. Se alimenta de mi, la muy puta.