Días antes de volver del viaje me agarró el santiamén existencialista gracias al cual hoy, me encuentro en total replanteo. Necesito explicarte que en un caso como el mío no se abre el cielo en luminosa epifanía sino que los existencialistas ateos somos más bien propensos a la pataleta y el llanto sin mayor parafernalia que quizás un pucho y una copita de Jägermeister*.
Minutos, caladas y copas después, esa noche inicié un corto paseo por el youtube de mis recuerdos, con el franco afán de responder al fin a pregunta de hacia dónde voy, en base a refrescar la respuesta de dónde vengo.
Minutos, caladas y copas después, esa noche inicié un corto paseo por el youtube de mis recuerdos, con el franco afán de responder al fin a pregunta de hacia dónde voy, en base a refrescar la respuesta de dónde vengo.
Así fui alejando cada vez más el lloriqueo baboso con videos de canciones como Claridad, Travolta de diversas formas y Linda Blair patinando, hasta que al teclear un nombre desenterré un oscuro secreto familiar que mi abuela quiso llevarse a la tumba.
Yo quise ser burbujita, no bombera, ni astronauta y menos una treintona oficinista multimedia. Burbujita, muñeca de algún color, treinta minutos Roxanita Vargas o Patita Loyola, esa era mi meta. Pero la abuela dale que no, que no era para chicas como yo, que tenían las burbujitas justas, que nunca abrían un nuevo casting. Entonces al cargar la pantallita y ver de nuevo a Yola cantando tilín tolón tilín me enfrenté en berlín dos mil ocho a todas las veces del otro lado de la tele en las que pedía que me lleven al canal cuatro sin resultados, salvo el haber visitado el set del Tío Johnny como si una fuera cualquier tontita que se deja encandilar por un par de cámaras y un vaso de leche o como si mi vocación de burbuja hubiera sido sólo un juego de infancia.
Y un día de pronto a soportar el silencio, el ya no se hable más de esto que jamás serás una burbujita, escuchar los últimos intentos de la abuela, cuando ya sin saber cómo deshacerse de mi sueño usó por último argumento que la señorita Polastri abusaba de las muñecas, que al primer traspié la ira de mi mentora televisiva se convertía en sangre que volaba por el set, que los moretones se escondían tras las chapitas y pecas dibujadas con maquillaje de última.
No me queda claro si mentiste, querida abuela Lady Consul, ni cuáles fueron tus motivos.
A los cinco años no queda hacer mucho más que callar las propias ansias. La peluca, los pompones, la fila india y yo, nos convertimos en Montesco y Capuletto. Luego durante un par de años sólo me quedó esperar pacientemente la llegada de la Feria del Hogar y hacer cola junto a miles de niños menos convencidos que yo, para entrar al Auditorio a presenciar el show y así por fin llevar con los pies el ritmo del merenguito, olfatear de cerca el olor rancio de las trenzas de lana y al final hacerme autografiar un nuevo disco al mismo tiempo que intentaba establecer contacto visual con la animadora, para de ese modo intentar explicarle inútilmente con los ojos lo que pasaba, aunque siempre iba de la mano de algún adulto entrenado a la perfección para no dejarme huir o gritar a los cuatro vientos mi verdad.
*licor alemán de hierbas que promueve la ingesta responsable de alcohol en base a su mal sabor y peor resaca.
Yo quise ser burbujita, no bombera, ni astronauta y menos una treintona oficinista multimedia. Burbujita, muñeca de algún color, treinta minutos Roxanita Vargas o Patita Loyola, esa era mi meta. Pero la abuela dale que no, que no era para chicas como yo, que tenían las burbujitas justas, que nunca abrían un nuevo casting. Entonces al cargar la pantallita y ver de nuevo a Yola cantando tilín tolón tilín me enfrenté en berlín dos mil ocho a todas las veces del otro lado de la tele en las que pedía que me lleven al canal cuatro sin resultados, salvo el haber visitado el set del Tío Johnny como si una fuera cualquier tontita que se deja encandilar por un par de cámaras y un vaso de leche o como si mi vocación de burbuja hubiera sido sólo un juego de infancia.
Y un día de pronto a soportar el silencio, el ya no se hable más de esto que jamás serás una burbujita, escuchar los últimos intentos de la abuela, cuando ya sin saber cómo deshacerse de mi sueño usó por último argumento que la señorita Polastri abusaba de las muñecas, que al primer traspié la ira de mi mentora televisiva se convertía en sangre que volaba por el set, que los moretones se escondían tras las chapitas y pecas dibujadas con maquillaje de última.
No me queda claro si mentiste, querida abuela Lady Consul, ni cuáles fueron tus motivos.
A los cinco años no queda hacer mucho más que callar las propias ansias. La peluca, los pompones, la fila india y yo, nos convertimos en Montesco y Capuletto. Luego durante un par de años sólo me quedó esperar pacientemente la llegada de la Feria del Hogar y hacer cola junto a miles de niños menos convencidos que yo, para entrar al Auditorio a presenciar el show y así por fin llevar con los pies el ritmo del merenguito, olfatear de cerca el olor rancio de las trenzas de lana y al final hacerme autografiar un nuevo disco al mismo tiempo que intentaba establecer contacto visual con la animadora, para de ese modo intentar explicarle inútilmente con los ojos lo que pasaba, aunque siempre iba de la mano de algún adulto entrenado a la perfección para no dejarme huir o gritar a los cuatro vientos mi verdad.
*licor alemán de hierbas que promueve la ingesta responsable de alcohol en base a su mal sabor y peor resaca.
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