Fresita no era solamente Fresita, era Strawberry Shortcake, una muñeca minúscula con la cara cachetona y pecosa, las pestañitas pintadas en el párpado y nombre de kekito trabalenguas. Era además, y todavía no me explico por qué, un pasaporte a la popularidad escolar, a la posibilidad de tener de qué hablar con el resto, trono que luego heredarían las Cabagge Patch Kids (unos repollos trabalenguas), los Cariñositos (osos de sospechosa conducta) y posteriormente la revista Bravo, aunque eso supusiera tener que pegar en tu pared el afiche de un sueco llamado Dolf Lundgren sin tener la mínima idea de quién es. Fresita era la reina, tenía su perrito, su gatito y para cuando yo tenía siete años, era lo que más deseaba, sin pensar siquiera en la paz mundial o el príncipe azul.
Yo era solamente yo, porque no tenía a Fresita. No tenía a Fresita y a ningún adulto parecía importarle mínimamente.
Juan no era únicamente un señor que venía a la casa. Era el amigo de los abuelos que venía todos los sábados temprano por la mañana, cuando todavía yo deambulaba en piyama antes de meterme a la tina. A las diez y media se oía el timbre, la campanita de la puerta al abrirse y el golpe de la puerta al cerrarse. Yo esperaba un par de minutos y después asomaba a la escalera. En la mesa del hall de abajo aparecían sin falta, un comic y una caja de lentejas. Bajaba sigilosamente esperando que los adultos estuvieran en la cocina, subía y me sentaba en la salita de arriba a separar las lentejas por colores, luego por grupos de colores diversos y a comerme las sobrantes. Una vez con cinco grupos de lentejas multicolor, las separaba de en cinco grupos de lentejas monocromas y las iba comiendo una por una hasta hacer coincidir la última viñeta del comic con el sabor a chocolate de la última lenteja verde. Todos los sábados durante varios años, ese era Juan.
El en diario llegó el sábado un encarte de Hogar, la mega tienda de muebles y juguetes a la que íbamos a oletear de vez en cuando. Fresita y su glorieta florida, lugar en donde ella y todos sus amiguitos lucían más pecosos y aromáticos que nunca, estaba en oferta. Habiendo intentado todo tipo de tretas sin resultados con todos y cada uno de los cuatro miembros de mi familia, ese sábado que no era cualquiera, se estrenaría una nueva víctima de mis necesidades.
Juan, que me quería mucho y le hacía porras a todas mis malacrianzas, cayó rapidísimo. El problema fue esperar porque él tampoco era rico. La adoración que tenía hacia todos nosotros era directamente proporcional al porcentaje de su flaco sueldo invertido en regalos y detalles, y comics y lentejas. Hubo que hacer cuenta regresiva hasta la navidad yendo al colegio.
El colegio además de ser un colegio, era un reducto de niñas de todas las edades que ya tenían a fresita y a su amigo blueberry no se qué. La ropita, las mascotas, los cuadernos, los lápices y borradores de olores frutosos hasta la nausea. Durante semanas conté historias sobre mis futuras historias con fresita y conseguí volver a fresita una heroína épica. Fresita la del Olimpo, fresita de la guerra de las galaxias, fresita presidente. No he esperado nunca más nada con tanta ilusión. Esta vez el niño dios y su amigo papa Noel se iban a hacer una.
Ese veinticuatro de diciembre por la tarde la caja ya estaba en la casa. Dentro de ella una glorieta blanca compuesta de paredes y techo en forma de flor invertida, unas enredaderas de plástico y dos banquitas, me esperaban. Aparte de eso nada, salvo una recién nacida y en adelante eterna desconfianza en los adultos, papá Noel y el niño dios. Resultó ser que las cosas no eran como en las revistas y que nadie leyó las letras pequeñas en donde se advertía que el set de la glorieta solo incluía a la glorieta. De Fresita, el gatito y su amigo azul, ni el rastro. Algún tiempo después mi frustración sería reemplazada por las ganas locas de tener un Pequeño Pony.
El Pequeño Pony no era simplemente un caballo de juguete, era un caballo con ojos enormes, pestañas pintadas y pelo largo de colores, que además incluía un peine de plástico.
6 comentarios:
Yo tuve a fresita después de mucho insistir, me acuerdo que fuimos a comprarla a una tienda en san antonio (miraflores) donde vendian juguetes carisimos e importados!!! mi hermana tuvo a Hukle Berry (el mejor amigo de fresita). Recuerdo que alguien del cole tenía toda la colección incluyendo al malo. Después paso el tiempo y fresita quedó guardada en mi closet, ya sin olor y sin un zapato.....eso si pony ya no me compraron!!
Mi fresita era un tractor de plástico simple, de los que ahora ya no se ven. Mi mamá lo compró meses antes de navidad, y lo tenía culto en un baul. Un día lo encontré, y cada vez que mamá salía a la calle, lo sacaba y me ponía a jugar. Al llegar la navidad, mamá me lo entregó sin sospechar que ya había sido mio.
buaaa yo no tube fresita ni pony .porque pues por que se lo regalaron a mi hermanita que termino desnucandola quemandola y haciendole michi al gato y del pony ni hablemos, todavia esta rodando por mi casa no entiendo como es que se lo dieron a ella una destructora. saludos me gusto tu post.
¡qué frustración!
todas queríamos a fresita y amigos. fresita, lemon y blueberry que les apretabas la panza y eructaban olores empalagosos.
lo único que tuve por años fue la toalla de fresita: una felpa rasposa pero con mucho color.
Me gusta tu blog Carla!! Mis hermanas, con 15 años menos que yo tuvieron a Fresita, al tío azul y una manada de pony's que ya hubiera querido Genghis para galopar por sus estepas. A mi siempre me parecieron un poco deformes, claro!!
besos,
Marcello
tengo que coger un avion en tres horas, pero me he pasado la tarde leyendo tu blog! maldito vicio.
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