Para llegar tarde al colegio mi madre escribía excusas en tarjetas personales en las que se leía que la llanta del auto estaba mala y que la avenida arenales era un caos. Las excusas para no hacer gimnasia eran que el uniforme no estaba seco o que estaba resfriada. En las tarjetas de cuando no hacía la tarea se hablaba del apagón. Así, cientos de rectangulares cartulinas blancas con el nombre de mi madre desfilaban entre los dedos de muchas viejas brujas, salían de la imprenta y de inmediato rotaban con mentiras de la amorosa Carla grande, dispuesta a que yo hiciera -siempre dentro de los márgenes que establecen la ley y los buenos usos– lo que me diera la real y regalada gana.
Cuando ya no podía faltar ni un día más al colegio y en Aló Gisela se presentaba Locomía con su formación original, mi madre me dejó ir a clases pensando que nunca vería en vivo y en directo esa boca de fresa que un moro homosexual pechicalato ostentaba y tapaba bajo un enorme abanico. Una vez en clase de filosofía, sonó el parlante llamándome hacia dirección. Mi mamá, a las once del día, estaba en la puerta del colegio esperando en el volkswagen rojo para llevarme a hacer unos exámenes, dada mi deformación congénita del riñón izquierdo. Abanico Locomía!
6 comentarios:
que lindo tu nuevo diseño
q genial tu vieja...
muchas gracias saltamontes
la vieja
Que basilón, a mi hubiera gustado q mi madre me hubiera dejado faltar por ver a locomía o cualquier otra cosa...derrepente le hacian falta las tarjetas...aunq me dejo faltar en 5to de media una vez...q monse!!
Realidades totalmente distintas las nuestras. Yo prefería llegar tarde, creo que daba cierto estatus coleccionar números rojos en el carné de control disciplinario... Ah! cómo me encantaba hacer esas ranitas... gracias a ellas aún corro en las pichangas, mi querida Queloide!
...La misma señora bacán que tuvo la amabilidad de reírse de mi retórica borracha mientras yo promovia la candidatura de un amigo para novio de una primita tuya que maléficamente ha cumplido el pronóstico de ser ahora 33 millones de veces más guapa. La misma señora que con su paciencia para soportar la conversación del mongo que sapea en el tercer estante le daba una esencia bien loca a esa librería del Jockey Plaza donde me vendió un libro de Gálvez Ronceros, a la que decidí jamás volver cuando supe que la señora ya no estaba. Ya no era igual.
(Banda sonora: Vals Azul del Bronx - Del Pueblo Del Barrio)
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