Estoy segura de que los chilenos de Cencosud sabían perfectamente qué compraban. El Grupo Wong no se encuentra inscrito únicamente dentro del rubro de Supermercados, sino que es también líder nacional en el rubro de Reencuentros, revelaciones y otras sorpresitas.
Basta que una ponga un pie dentro de la tienda buscando una lechuga, que aparece frente a la misma góndola esa chica del colegio que quisiste no ver más hace casi veinte años, choca contra tu carrito y el resto es una cháchara tan inútil como inevitable. Si decidiste no peinarte porque es domingo, detrás de ti en la cola de caja ruc (que atiende a uno cada media hora) está ese que fue el hombre de tu vida alguna vez y de cual prometiste vengarte en base a tu eterna belleza (hoy ausente). Apenas te introduces en la boca el siu mai de medio kilo, llega alguien que conoces y que tiene ganas locas de escuchar tu opinión sobre algo. Eso en reencuentros.
En revelaciones alguna vez un simpático ejemplar masculino que en ese segundo compartía casa, beso y vida conmigo, apareció de manera insólita en un Metro que queda en algún lugar de San Borja que ya olvidé y al que mi madre me forzó a ir buscando de emergencia un pollo a la brasa. No sólo andaba de la mano de una mujer desconocida y con aspecto de azafata de casino, sino que balanceaban en las manos restantes las amarillas bolsas donde iba su vida, que ya era ajenísima a mí.
Así se porta el Grupo Wong a veces. Otras, un chico equis se levanta resaqueadísimo un martes sin esperanza, camina por la Benavides, entra a buscar una empanada o algo y se cruza con la chica con la que sueña hace por lo menos mil noches. Siguiendo una tradición de falta de valor característica suya, el chico no dice ni pío pero ella sí. Lo saluda, intercambian un par de palabras amables después de mucho y cierran con que quizás volverán a verse, pasando por alto o no al marido de ella. Durante la breve conversa él no deja de tener vergüenza y ruega que no se huela que suda alcohol. Ella se va y él no la vuelve a llamar porque es cobarde, pero empieza a soñar en ese instante, parado frente a los mini chifones, frente a los camotillos, las tejas y las cocadas.
Basta que una ponga un pie dentro de la tienda buscando una lechuga, que aparece frente a la misma góndola esa chica del colegio que quisiste no ver más hace casi veinte años, choca contra tu carrito y el resto es una cháchara tan inútil como inevitable. Si decidiste no peinarte porque es domingo, detrás de ti en la cola de caja ruc (que atiende a uno cada media hora) está ese que fue el hombre de tu vida alguna vez y de cual prometiste vengarte en base a tu eterna belleza (hoy ausente). Apenas te introduces en la boca el siu mai de medio kilo, llega alguien que conoces y que tiene ganas locas de escuchar tu opinión sobre algo. Eso en reencuentros.
En revelaciones alguna vez un simpático ejemplar masculino que en ese segundo compartía casa, beso y vida conmigo, apareció de manera insólita en un Metro que queda en algún lugar de San Borja que ya olvidé y al que mi madre me forzó a ir buscando de emergencia un pollo a la brasa. No sólo andaba de la mano de una mujer desconocida y con aspecto de azafata de casino, sino que balanceaban en las manos restantes las amarillas bolsas donde iba su vida, que ya era ajenísima a mí.
Así se porta el Grupo Wong a veces. Otras, un chico equis se levanta resaqueadísimo un martes sin esperanza, camina por la Benavides, entra a buscar una empanada o algo y se cruza con la chica con la que sueña hace por lo menos mil noches. Siguiendo una tradición de falta de valor característica suya, el chico no dice ni pío pero ella sí. Lo saluda, intercambian un par de palabras amables después de mucho y cierran con que quizás volverán a verse, pasando por alto o no al marido de ella. Durante la breve conversa él no deja de tener vergüenza y ruega que no se huela que suda alcohol. Ella se va y él no la vuelve a llamar porque es cobarde, pero empieza a soñar en ese instante, parado frente a los mini chifones, frente a los camotillos, las tejas y las cocadas.
5 comentarios:
también sucede que, entre encuentro y encuentro vas rellenando el carrito y al llegar a la caja notas que olvidaste la billetera y las tarjetas (una vez pasada la interminable compra), y reduces tu adquisición a una cajita de chicles y un chocolate, mientras desde la otra caja te observa la peor de tus rivales escolares
también sucede que, entre encuentro y encuentro vas rellenando el carrito y al llegar a la caja notas que olvidaste la billetera y las tarjetas (una vez pasada la interminable compra), y reduces tu adquisición a una cajita de chicles y un chocolate, mientras desde la otra caja te observa la peor de tus rivales escolares
Wong es Wong.
Haz lo que yo hago: camina mirando al piso. Si por casualidad alguien te reconoce, reconocerà también la actitud de “vete a la mierda, inútil, que hoy no tengo ganas de hablar con mutantes infrahumanos”.
y por que en wong?
Publicar un comentario