Saqué título profesional a los once años, cuando llegaron al colegio las primeras computadoras personales que eran unos bloques olivetti en número de veinte, motivo por el cual la mitad de la clase iba a formación laboral y el resto a cómputo, que era lo más moderno del mundo, entonces un mundo en donde una se sentía delirante al pensar que un día habría un teléfono con imágenes y tal. Una vez por semana cuarenta y cinco minutos tratando de enchufar y encender la máquina, cuarenta y cinco minutos bordando con hilos tren sendos hermosos individuales de tocuyo. Chicas de hoy.
El concejo de adultos que vivía en la casa coincidió en que sería necesario sembrar sólidos cimientos para lo que sería mi vida futura. Con ese fin se tomarían decisiones y se harían grandes sacrificios. La decisión fue inscribir a la chica en clases de cómputo dos veces por semana en un breve instituto llamado San Ignacio, lo sacrificado sería mi tiempo libre, mis ganas de ver tele y mi ilusión de comer chocolate tirada en un mueble.
Así en adelante me llevaba mi abuela a rastras por toda la avenida Arequipa, transitando el camino hacia el infierno de los commands, mientras yo fingía dolor de garganta en la cuadra 15, dolor de estómago ya como en la 29 y me sabía frita cuando doblábamos por Aramburù hasta llegar a un lugar en el que no habían distracciones para gente de mi edad, cuestiones de interés para gente de mi edad, ni gente de mi edad aparte de mí.
En la San Ignacio batí mi propio record de velocidad en enchufado y encendido, aprendí las maravillas del DOS, ingresé interminables comandos alfanuméricos como me indicaban para realizar funciones complejísimas como sumar o restar, manejè con precisión Lotus y Pascal, pero no hice ni medio amigo y me perdí los lindos atardeceres en mi casa de santa Beatriz.
Todo pareció valer la pena una tarde en el instituto cuando el profesor me retó, o quizás quiso evaluarme y yo, haciendo gala de toda la información adquirida, pude finalmente llevar a cabo el plan que me había trazado. Con maestría fui programando y conseguí diseñar un cañoncito en gráfica space invaders que lanzaba balas que impactaban en algo que volaba arriba en el monitor, obra de fina ingeniería informàtica. La familia contentísima aplaudiendo de pie cuando les conté de regreso a la casa, lugar en el que no hubo un computador hasta llegados los noventas, pero eso no era importante porque para eso estaba yo, mental y familiarmente graduada con honores y ya empleando dentro de mi vida diaria palabras como edit o run.
No muchos años después se popularizarìa una plataforma operativa llamada Windows y mi actitud de superioridad intelectual con respecto al resto se irìa al carajo de la manito con mis conocimientos previos de informàtica.
3 comentarios:
La primera vez que vi algo parecido a una computadora fue cuando, entre los trabajos de "ciencias" de los chicos del 5to año, vi una caja de cartón, pequeña y plana. El extremo derecho habían seis foquitos alineados. En el otro, una cantidad semejante de interruptores con una etiqueta, que contenian una pregunta. Si presionaba un interruptor (pregunta: ¿quién descubrió América?), se encendia el foquito que iluminaba la respuesta (no lo sé, compare).
mi familia tuvo piedad y me llevaba al mismo instituto de la av santa cruz durante las vacaciones ((y habian otros chicos de mi edad, felizmente))
ah, y en casa si habia computadora pero mis hermanos mayores usaban un programa q se llamaba Turtle y me paraban jodiendo con q "uno de estos días" dibujarían una tortuga... hasta ahorita toy esperando
Edy, ¡yo tuve uno de esos en la casa!, no sé si tu colegio era muy retro, pero yo te estoy hablando de los años 60's, creo que se llamaba pequeño genio o algo parecido. De repente tu colegio no era retro, sino que mis juguetes eran futuristas y mi familia de vanguardia (je,je,je)
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