Belén está viniendo a la casa con frecuencia. Viene porque Isabel, que es su madre tiende mi cama una vez al día y me prepara algo con cariño para comer. Isabel conoce qué como y conoce cuando y por qué no como. Me llama al celu y decide no cocinar porque sabe que estoy comiendo solo dulces y le preocupa y recurre a la huelga a ver si con esas le doy una par de bocados al locro o al arroz tapado.
Anaisa viene a veces y se come mi comida, pero al final amenaza con decirle a Isabel que fue ella y no yo, a lo que respondo con la amenaza de no alimentarla no una sola vez más y todo se apacigua y es de nuevo el mar quieto. Anaisa necesita de mi comida tanto como yo necesito quitarme de encima la imagen de mi abuela diciendo que la comida se pierde habiendo tanto niño pobre.
Yo como, sucede que no como en casa hace algunos días. Como de la ventana del Mac de Benavides, o del salad bar de wong, o del empaque de la ibérica y ese no es un tema que debería preocuparnos ya. Terrible sería que Belén no comiera como a veces me cuenta Isabel, porque Belén es pequeñísima y es engreída y solo gusta de cereales de caja y atún de una lata. Viene a la casa porque su mamá trabaja en demasiadas casas y encima tiene que recogerla de un nido con nombre de virgen y traerla un rato para luego llevarla a una zona de chorrillos donde abundan los viveros. Entre el nido y la casa de otra y su propia casa trancurren los cinco años de Belén que tiene un poco de cara de loca y los dientes de leche mínimos y el pelo suelto pero una media cola hacia el lado. Lo importante son los dientes del tamaño de un ratón blanco, media cola hacia el costado, el desorden de su presencia en mi casa y los ojos de loca, redondos y muy abiertos.
Isabel cuenta que ha visto una foto carnet mía que está al borde de un espejo. La tengo puesta ahí porque quien me la tomó, en un sitio de fotos pasaporte, decidió ese día que debía borrarme las pecas y sombras de la cara. En la foto tengo cincuenta años y unos cachetes enormes y sin sombra, por eso la tengo en el espejo. Para cerciorarme todos los días de que no soy yo. Belén la ha visto y la ha sacado de su sitio. La ha visto largo y le ha dicho a su mamá que somos idénticas, ella y yo. Mira, somos igualitas. Con eso se ha quedado e Isa me lo cuenta sorprendida porque ella, como es obvio, nos ve muy distintas. Trantando de gatillarme un boost de autoestima, me ha dicho que quizás nos parecemos en lo flacas.
Nos encontramos ayer en mi casa a la hora de almuerzo. Ella en uniforme de gimnasia y yo con un vestido verde a puntos. Me contó que ya está en la clase de cinco años, tuvo un breve ataque de ansiedad por culpa de mi perro y luego de manera tímida entró al baño y se encerró con llave exactamente como yo lo haría. Minutos después entreabrió la puerta y sacó un ojo para ver si salir era un opción. Una vez afuera le dí un paquetito de m&m peanuts que quince minutos después seguía en su mano. Me acordé que para navidad le regalé un vestido verde corto con corazones muy parecido al verde que llevo hoy con puntos. Ella también lo usa con leggins negras, dijo Isabel. mmmm. Y Belén, estás enamorada? ella saca la cara de detrás de las piernas de su mamá y dice que sí, de Santiago, un chico de su misma edad que sale con otras cuatro del salón de cinco años. Me imagino a la Belén con la cola chueca y el vestido verde sintiendose sin posibilidades mientras Santiago guapísimo y en medio de las otras contoneantes cuatro niñas, la empuja o se burla un poco de ella pero sueña con esos ojos redondos y los dientes de ratón.
Finalmente veo a mi gemela espiritual tomar el paquete amarillo de dulces y meterlo cuidadosamente en el bolsillo de su buzo. Sé, porque somos idénticas, que polígamo de kinder debe estar saboreando en este minuto esos maníes.
Anaisa viene a veces y se come mi comida, pero al final amenaza con decirle a Isabel que fue ella y no yo, a lo que respondo con la amenaza de no alimentarla no una sola vez más y todo se apacigua y es de nuevo el mar quieto. Anaisa necesita de mi comida tanto como yo necesito quitarme de encima la imagen de mi abuela diciendo que la comida se pierde habiendo tanto niño pobre.
Yo como, sucede que no como en casa hace algunos días. Como de la ventana del Mac de Benavides, o del salad bar de wong, o del empaque de la ibérica y ese no es un tema que debería preocuparnos ya. Terrible sería que Belén no comiera como a veces me cuenta Isabel, porque Belén es pequeñísima y es engreída y solo gusta de cereales de caja y atún de una lata. Viene a la casa porque su mamá trabaja en demasiadas casas y encima tiene que recogerla de un nido con nombre de virgen y traerla un rato para luego llevarla a una zona de chorrillos donde abundan los viveros. Entre el nido y la casa de otra y su propia casa trancurren los cinco años de Belén que tiene un poco de cara de loca y los dientes de leche mínimos y el pelo suelto pero una media cola hacia el lado. Lo importante son los dientes del tamaño de un ratón blanco, media cola hacia el costado, el desorden de su presencia en mi casa y los ojos de loca, redondos y muy abiertos.
Isabel cuenta que ha visto una foto carnet mía que está al borde de un espejo. La tengo puesta ahí porque quien me la tomó, en un sitio de fotos pasaporte, decidió ese día que debía borrarme las pecas y sombras de la cara. En la foto tengo cincuenta años y unos cachetes enormes y sin sombra, por eso la tengo en el espejo. Para cerciorarme todos los días de que no soy yo. Belén la ha visto y la ha sacado de su sitio. La ha visto largo y le ha dicho a su mamá que somos idénticas, ella y yo. Mira, somos igualitas. Con eso se ha quedado e Isa me lo cuenta sorprendida porque ella, como es obvio, nos ve muy distintas. Trantando de gatillarme un boost de autoestima, me ha dicho que quizás nos parecemos en lo flacas.
Nos encontramos ayer en mi casa a la hora de almuerzo. Ella en uniforme de gimnasia y yo con un vestido verde a puntos. Me contó que ya está en la clase de cinco años, tuvo un breve ataque de ansiedad por culpa de mi perro y luego de manera tímida entró al baño y se encerró con llave exactamente como yo lo haría. Minutos después entreabrió la puerta y sacó un ojo para ver si salir era un opción. Una vez afuera le dí un paquetito de m&m peanuts que quince minutos después seguía en su mano. Me acordé que para navidad le regalé un vestido verde corto con corazones muy parecido al verde que llevo hoy con puntos. Ella también lo usa con leggins negras, dijo Isabel. mmmm. Y Belén, estás enamorada? ella saca la cara de detrás de las piernas de su mamá y dice que sí, de Santiago, un chico de su misma edad que sale con otras cuatro del salón de cinco años. Me imagino a la Belén con la cola chueca y el vestido verde sintiendose sin posibilidades mientras Santiago guapísimo y en medio de las otras contoneantes cuatro niñas, la empuja o se burla un poco de ella pero sueña con esos ojos redondos y los dientes de ratón.
Finalmente veo a mi gemela espiritual tomar el paquete amarillo de dulces y meterlo cuidadosamente en el bolsillo de su buzo. Sé, porque somos idénticas, que polígamo de kinder debe estar saboreando en este minuto esos maníes.
1 comentario:
La diferencia entre Belén y tú, está en que tú hubieras probado "aunque sea" un M&M, y de allí a terminarte la bolsa pasarían dos segundos y medio. Si tú fueras Belén, el polígamo de 5 años no hubiera probado los dulces y probablemente tendría menos caries cuando crezca.
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