Los tempranos ochentas (y sí, estoy haciendo un recuento de mi vida dado que en breve me volveré aun mas tía) son una etapa borrosa de la que trato de rescatar ciertos hechos.
El 81 por ejemplo, fue el primer año en que me hice consciente de las horas y los días. Por eso es hasta hoy, el año más largo que he vivido. Tenía también dos veces por semana un profesor de flauta dulce. En el 82, estaba en segundo grado y participé de una actuación dentro de la capilla del colegio. Tenía un peinado fatal y vestía de pastor. Entre mis líneas estaba una que aún recuerdo (my baby lamb is sick, I cannot be glad). Hubiera querido ser María o un rey mago, pero ahí estaba, condenada al existencialista pastoreo de un chivo enfermo luciendo una túnica a rayas. Como no hay papel pequeño para una gran actriz, obtuve las palmas de mi familia y la Sister que dirigía la producción. El 82 entonces, fue el año que recibí el premio Tony del mundo litúrgico, en paralelo a las clases de flauta.
El 83 seguí tocando flauta a lo largo de todo el año. Ya estaba en tercer grado y las monjitas tenían todo casi controlado. Salíamos a los recreos y algunas elegidas repartían las pelotas y las sogas. Cuando terminaba el recreo algunas otras elegidas recogían las pelotas y las sogas. Habían conseguido que no diéramos alaridos en medio de una clase, que no se escabulla alguna alumna piojosa, que ingiriéramos con propiedad nuestros alimentos. Nos sentábamos en orden alfabético en ordenadas filas. Nos formábamos en orden de tamaño en ordenadas filas. Dentro de ese patio en Miraflores, había un país desarrollado. Afuera estaba Alfonso, el portero sonriente, cuidando que ni un poquito del Perú llegue a meterse al colegio. Ese año conseguí mi primera pandilla escolar basada en afinidad de metas. Sin tomar en cuenta con qué letra empezaban nuestros apellidos, el destino juntó un grupo que buscaba develar los misterios que se escondían detrás de la fachada de un inocente colegio elitista. El 83 fue el año de las revelaciones.
No era un negocio fachada para el lavado de dinero ni las monjas nos tomaban fotos insinuantes para traficarlas en la web. Tenían suficiente dinero con las mensualidades y en esa época de internet ni se hable. Sucedían en la capilla del colegio cosas que los adultos pretendían que pasáramos por alto. Es probable que haya tenido que ver con que ese mismo año hicimos la primera comunión y por eso pasábamos casi todo el día ensayando bailecitos alrededor del altar, practicando como recibir el cuerpo de señor sin masticarlo, parándonos, sentándonos y reclinándonos en el aeróbico celestial.
El primer signo que descubrimos fue que la virgen de vitrales que estaba sobre la puerta de la capilla, un día apareció con la cara oscura. Personalmente nunca en la vida me había fijado en ella y es probable que el resto de mi team tampoco, pero estuvimos muy seguras de que antes no era tan morena y que eso significaba algo. Por qué habría la virgen querido agarrar un tono más nacional?
No mucho tiempo después un día, durante una misa, algunas de las niñas traían juguetes como ofrenda y los dejaban al pie del altar. Una muñeca, un libro, unos patines. Unos patines? Saliendo de esa misa el grupo se reunió a analizar ese específico hecho. Llegamos a la conclusión de que una alumna de entre primero y cuarto grado, a la que nadie había conocido ni visto alguna vez, había muerto atropellada por un vehículo desbocado. Sólo asi tenía lógica todo el asunto de los patines. La muñeca no sé, era como desprenderse de la niñez. El libro, y esto no debería sonar raro, era como desprenderse del conocimiento. Todo okey salvo que a los ocho años llevar al altar unos patines en perfecto estado como ofrenda, únicamente podía tener que ver con desprenderse de la vida.
Pasaron muchas cosas sobrenaturales ese año. Un día nos percatamos de que la Sister Alma -que era el cuco con hábito- se reclinaba siempre en una de las esquinas de la capilla, frente a una imagen de cristo hecha de yeso fino empotrada en una especie de pedestal que era un cajón de madera hueco. Se hincaba, tenía cara de dolor, sufría la monja. Como la Sister Alma sólo le tenía buena onda a dios y eso lo sufrimos todas, el grupo decidió dilucidar su extraña conducta. Fue así como durante varios recreos entramos a la capilla de manera subrepticia, y mientras nos refrescábamos un poco con el agua bendita, una mañana a las diez y quince llegamos a la conclusión de que dentro del cajón que sostenía la imagen, palpitaba el corazón de alguien que la Sister había amado. Fue tan simple como acercarse al pedestal de madera y tocar el alto relieve que tenía algunas iniciales incritas. No sólo yo, todas, sentimos el pulsar desacelerado del órgano preso. Peinamos otras explicaciones, pero en esa capilla especial, en ese año particular, pensar que el pedestal estaba cojo no era una opción.
El 84 fue el año del crossover con los chicos del colegio de la misma congregación pero de hombres. Para eso concursé en las olimpiadas de matemáticas y en cuanto concurso de inglés se organizara. El 85 tuvo más que ver con esquivar a las amenazantes chicas de quinto de media que nos robaban los boliquesos a diez metros del kiosco. Ese año también supe que mis amigas de la clase tenían hermanos y por culpa de eso me alejé un poco de lo sobrenatural.
El 81 por ejemplo, fue el primer año en que me hice consciente de las horas y los días. Por eso es hasta hoy, el año más largo que he vivido. Tenía también dos veces por semana un profesor de flauta dulce. En el 82, estaba en segundo grado y participé de una actuación dentro de la capilla del colegio. Tenía un peinado fatal y vestía de pastor. Entre mis líneas estaba una que aún recuerdo (my baby lamb is sick, I cannot be glad). Hubiera querido ser María o un rey mago, pero ahí estaba, condenada al existencialista pastoreo de un chivo enfermo luciendo una túnica a rayas. Como no hay papel pequeño para una gran actriz, obtuve las palmas de mi familia y la Sister que dirigía la producción. El 82 entonces, fue el año que recibí el premio Tony del mundo litúrgico, en paralelo a las clases de flauta.
El 83 seguí tocando flauta a lo largo de todo el año. Ya estaba en tercer grado y las monjitas tenían todo casi controlado. Salíamos a los recreos y algunas elegidas repartían las pelotas y las sogas. Cuando terminaba el recreo algunas otras elegidas recogían las pelotas y las sogas. Habían conseguido que no diéramos alaridos en medio de una clase, que no se escabulla alguna alumna piojosa, que ingiriéramos con propiedad nuestros alimentos. Nos sentábamos en orden alfabético en ordenadas filas. Nos formábamos en orden de tamaño en ordenadas filas. Dentro de ese patio en Miraflores, había un país desarrollado. Afuera estaba Alfonso, el portero sonriente, cuidando que ni un poquito del Perú llegue a meterse al colegio. Ese año conseguí mi primera pandilla escolar basada en afinidad de metas. Sin tomar en cuenta con qué letra empezaban nuestros apellidos, el destino juntó un grupo que buscaba develar los misterios que se escondían detrás de la fachada de un inocente colegio elitista. El 83 fue el año de las revelaciones.
No era un negocio fachada para el lavado de dinero ni las monjas nos tomaban fotos insinuantes para traficarlas en la web. Tenían suficiente dinero con las mensualidades y en esa época de internet ni se hable. Sucedían en la capilla del colegio cosas que los adultos pretendían que pasáramos por alto. Es probable que haya tenido que ver con que ese mismo año hicimos la primera comunión y por eso pasábamos casi todo el día ensayando bailecitos alrededor del altar, practicando como recibir el cuerpo de señor sin masticarlo, parándonos, sentándonos y reclinándonos en el aeróbico celestial.
El primer signo que descubrimos fue que la virgen de vitrales que estaba sobre la puerta de la capilla, un día apareció con la cara oscura. Personalmente nunca en la vida me había fijado en ella y es probable que el resto de mi team tampoco, pero estuvimos muy seguras de que antes no era tan morena y que eso significaba algo. Por qué habría la virgen querido agarrar un tono más nacional?
No mucho tiempo después un día, durante una misa, algunas de las niñas traían juguetes como ofrenda y los dejaban al pie del altar. Una muñeca, un libro, unos patines. Unos patines? Saliendo de esa misa el grupo se reunió a analizar ese específico hecho. Llegamos a la conclusión de que una alumna de entre primero y cuarto grado, a la que nadie había conocido ni visto alguna vez, había muerto atropellada por un vehículo desbocado. Sólo asi tenía lógica todo el asunto de los patines. La muñeca no sé, era como desprenderse de la niñez. El libro, y esto no debería sonar raro, era como desprenderse del conocimiento. Todo okey salvo que a los ocho años llevar al altar unos patines en perfecto estado como ofrenda, únicamente podía tener que ver con desprenderse de la vida.
Pasaron muchas cosas sobrenaturales ese año. Un día nos percatamos de que la Sister Alma -que era el cuco con hábito- se reclinaba siempre en una de las esquinas de la capilla, frente a una imagen de cristo hecha de yeso fino empotrada en una especie de pedestal que era un cajón de madera hueco. Se hincaba, tenía cara de dolor, sufría la monja. Como la Sister Alma sólo le tenía buena onda a dios y eso lo sufrimos todas, el grupo decidió dilucidar su extraña conducta. Fue así como durante varios recreos entramos a la capilla de manera subrepticia, y mientras nos refrescábamos un poco con el agua bendita, una mañana a las diez y quince llegamos a la conclusión de que dentro del cajón que sostenía la imagen, palpitaba el corazón de alguien que la Sister había amado. Fue tan simple como acercarse al pedestal de madera y tocar el alto relieve que tenía algunas iniciales incritas. No sólo yo, todas, sentimos el pulsar desacelerado del órgano preso. Peinamos otras explicaciones, pero en esa capilla especial, en ese año particular, pensar que el pedestal estaba cojo no era una opción.
El 84 fue el año del crossover con los chicos del colegio de la misma congregación pero de hombres. Para eso concursé en las olimpiadas de matemáticas y en cuanto concurso de inglés se organizara. El 85 tuvo más que ver con esquivar a las amenazantes chicas de quinto de media que nos robaban los boliquesos a diez metros del kiosco. Ese año también supe que mis amigas de la clase tenían hermanos y por culpa de eso me alejé un poco de lo sobrenatural.
8 comentarios:
los colegios de monjas (sufridos por 11 años continuos, como es mi caso y el tuyo) imprimen un daño colateral poco visible para el común de los viandantes.
sigue contándolo tan a la perfección (por favor)
Alfonso!!! Sabías que tiene su club de fans en FB?
Hace mil que no lo veo. En uno de mis viajes me lo encontré y la verdad es... aún recordaba mi nombre! (y hablamos de muuuuuchos años atrás). jajaja-
Lejos, lo mejor del vma.
así que ustdes fueron las que dijeron que en esa caja latía un corazón!!! para mi generación era el corazón de jesús. Sí claro, como si de todos los lugares del mundo, de todas las iglesias del mundo, jesús iba a escoger el villa maría miraflores para que le guarde el corazón...
para mi promoción, el latido pertenecía al corazón de una chibola que estaba haciendo la primera comunión, y justo hubo un terremoto y PLAF, le cayó la cruz encima y la aplastó.
(prefiero tu teoria de que era el corazón del ex de la monja!)
felizmente mi cole fue mixto!
no para pocos esos años se dilataron bastante... sea en cuadriculado clima religioso o al costado de un salsódromo
se siente bien re-descubrir tus notas.
Pucha pucha puchas!
Ustedes se inventaron lo del corazón dentro de la caja de madera??? Eso me aterraba, porque además, si ponías tu mano sobre la caja sentías una vibración... (de los carros de la Petit Thouars seguro)
Y la de la foto es la Miss Adelina??
boliquesos!!??
Hace mil años que no escuchaba esa palabra...
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